22 enero 2019

De la sensibilidad retórica

 Rafael Guerra Por Rafael Guerra

Suele aconsejarse a quienes asisten a cursos o talleres de composición literaria, de escritura en general, que, una vez confeccionados los escritos, los dejen reposar y los relean varias veces. Se le atribuye al tiempo, el mérito de ser el mejor decantador de errores y aciertos estilísticos.

En una ocasión, hube de dar a un compañero mi opinión –que él me pidió– sobre la calidad retórica de un su escrito. Tras ponderarle los méritos, le señalé algunas que a mí me parecieron tachas, también gramaticales, y le comenté que quizá le habían faltado repasos. Me aseguró que lo había releído varias veces y que no había encontrado ninguna anomalía.

Muchas veces, los discursos, los escritos presentan algunas –llamémoslas, para entendernos –faltas, porque no se han preparado suficientemente. Pero otras muchas, porque no se ha sabido reconocer los fallos. Ser capaz de identificar los defectos expresivos –también los hallazgos– dependerá, en última instancia, de la sensibilidad retórica.

Es ésta una especie de radar entre intelectual y sentimental, que opera en todos los aspectos de la actividad retórica. Decide la elección y la organización de las ideas. Teje las frases más sugestivas con las palabras más bonitas. Compone los gestos y las actitudes que acompañan la pronunciación del discurso.

Me atrevería a comparar la sensibilidad retórica con el “gusto” que opera en el ámbito de las artes plásticas. Los pintores pueden pintar y, de hecho, pintan muchos cuadros. Pero no ofrecen todos a la curiosidad pública. Cuáles deciden exponer y cuáles no, dependen del “gusto”, de su “gusto estético”. Y así, tapan o arrinconan en sus estudios, las obras que consideran indignas de circular libres.

El orador, si desea ser de los buenos, habrá de formar y entrenar su gusto, su sensibilidad retórica. Como tantas otras sensibilidades, ésta se adquiere por contacto, por ósmosis. Habrá de buscar, pues, la compañía de los mejores oradores, de los mejores escritores que han sido y que son.

¿Pero a quiénes atribuir el calificativo de “mejores”? El reconocimiento general de tales es, sin duda, un muy buen aval. Cervantes, Quevedo, Larra, Galdós, Valle Inclán – por citar sólo algunos de los clásicos – son tenidos por estupendos prosistas. Buscar en sus textos modelo para conformar la sensibilidad literaria es segura garantía de acierto.

Algo parecido cabe decir de los oradores. La página Beers&Politics permite consultar, según cuentan los responsables del sitio, 1.600 discursos pronunciados desde 1766 hasta la actualidad en seis idiomas. La memoria más o menos colectiva de un discurso garantiza, en principio, su valía.

En nuestro campo específico, el procesal, resulta complicado señalar modelos de los que aprender. Los letrados no acostumbran a publicar sus trabajos forenses. Alguna vez –lo confieso – he sentido la tentación de divulgar algunos míos. Pero la he reprimido enseguida por no considerarlos modelos de nada.

No tengo noticia de ninguna colección de, por ejemplo, demandas celebres. ¡Cuánto he echado de menos –por puro gusto retórico– una con buenas demandas de amparo llevadas ante el Tribunal Constitucional! ¿Alguien sabe de alguna publicada en internet o en otro medio?

Tampoco conozco recopilaciones de alegatos pronunciados en juicio. Hay una muy antigua: Discursos forenses, de Juan Meléndez Valdés, poeta y fiscal que fue de la Sala de Alcaldes de la Casa y Corte a finales del siglo XVIII. Arturo Majada recogió, en su Técnica del informe ante juzgados y tribunales, seis informes de otros tantos abogados. Interesantes unos y otros. Pero pocos y, en todo caso, de estilo alejado, creo, del que hoy se espera de la oratoria forense.

En YouTube pueden escucharse alegatos de acusación y de defensa, unos académicos y otros aparentemente reales. Muy ilustrativos, sin duda, para la formación oratoria. Pero no todos con la calidad suficiente para servir de pauta en el modelado de una fina sensibilidad retórica.

La revisión de modelos ha de acompañarse con la “absorción” de acertadas opiniones, obtenidas de tratados sobre la materia, pero, sobre todo, de la comunicación bis a bis con expertos rétores.

Un último parecer, conclusión de los anteriores. Quien pretenda iniciarse con buen pie en las tareas de orador, de escritor forense, hará muy bien, creo, en seguir algún curso presencial en el que buenos maestros de retórica le muestren el camino de perfección en el arte de persuadir con la palabra, oral y escrita.

Rafael Guerra
retorabogado@gmail.com

Comparte: