18 diciembre 2018

La abogacía no solo se hace en estrados

José Ramón Chaves  Por José Ramón Chaves
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Ni solo en bibliotecas, ni en despachos ni en foros jurídicos. La abogacía también se hace en los cafés, almuerzos y ágapes con ocasión de eventos jurídicos (cursos, conferencias, homenajes, jubilaciones, etc.).

Tradicionalmente suele hablarse de la torre de marfil de los académicos y me temo que podría igualmente hablarse del castillo de los jueces por el conocido escudo de que “los jueces hablan a través de las sentencias”, que deja la impresión de que las reuniones de los abogados con los jueces fuera de las oficinas judiciales son vistas con carácter excepcional, cuando no con cierto recelo.

Sin embargo, resulta muy útil la reunión espontánea de abogados con jueces con ocasión de jornadas o foros de Colegios, Universidades o Fundaciones o Academias, en los que el café o vino de rigor a su término, permiten el contacto esporádico y cómodo entre abogados y jueces. Sin togas, sin prejuicios ni distancias. Compartir cócteles y canapés tras la sesión formal no hace peligrar la integridad del juez ni despierta sospechas sobre los abogados, siempre que todos tengan presente el consejo de Don Quijote a Sancho: “el vino demasiado, ni guarda secreto ni cumple palabra”.

Son encuentros no solo inocentes, sino convenientes pues comparten la inquietud jurídica y no se trata de aprovechar para hablar del caso que se tiene entre manos, ni de intentar averiguar el sentido de la próxima sentencia judicial, sino de algo mucho mas sutil. Se trata de la deseable armonía y simbiosis entre jueces y abogados.

En esas ocasiones, los abogados pueden cambiar impresiones sobre criterios generales o incluso cuestionar cuestiones de técnica procesal, de igual modo que los jueces pueden transmitirles su sensación sobre las estrategias o escritos de los abogados. Lo importante del  escenario de un ágape radica en que las armas, rangos y condición quedan en el ropero, y los juristas cara a cara tienden puentes y liman tensiones.

Un triple plano se abre.

En primer lugar, un espacio hacia la cordialidad y armonía entre profesionales, evitando las tendencias a demostrar respeto con distanciamiento y a confundir imparcialidad con frialdad.

En segundo lugar, supone un portillo a la condición humana del abogado y del juez, pues bajo la toga está el letrado que sirve primariamente a su cliente y el juez que se esfuerza por servir a la ley, distinta misión que no impide que los sentimientos y emociones de todos ellos afloren con naturalidad cuando la ocasión franca se presta a ello.

Y en tercer lugar, permite que los abogados y los jueces cambien impresiones sobre su visión de la profesión, que en el caso de los letrados puede ser muy distinta de la ofrecida por los Colegios Profesionales y el Consejo General de la Abogacía, y en el caso del juez muy distinta de la ofrecida por el Consejo General del Poder Judicial.

Podríamos parafrasear una conocida saeta: “Están clavadas dos cruces/en el monte del olvido/por dos juristas que se han desencantado /sin haberse conocido”. Y ello porque debemos tener claro que la Justicia es algo más que la norma y la jurisprudencia, y que la personalidad de jueces y abogados colorea los alegatos y sentencias. De ahí la importancia de esa cercanía entre los dos colectivos para sentir la vitalidad y humanidad de la persona que no empaña su inclusión en uno u otro equipo.

No es la ocasión para chismes ni adulaciones o vendettas. Tampoco se trata de perseguir el clima desenfrenado representado en la vieja serie televisiva ‘Ally McBeal’ en que abogados, fiscales y jueces al término de la jornada toman copas en un pub, bromean y bailan como si estuviesen celebrando todos la jubilación.

No hace mucho tuve ocasión de ofrecer una charla a un grupo de abogados a pie del Mediterráneo, y la entidad anfitriona nos obsequió con croquetas, mini empanadillas de atún y un vino tinto con críptica etiqueta, pues posiblemente consideró que dado lo mucho que cobramos los jueces, ese salario en especie cubría la ponencia, y realmente no anduvo descaminada la organización porque lo que realmente me compensó fue departir con un puñado de acogedores abogados que en ese contexto cordial me expusieron reflexiones y críticas que me ayudaron a comprender mejor el difícil papel y complejos tiempos de su profesión; en justa contrapartida aproveché para ofrecerles sin celofán los sentimientos del juez cuando aborda un caso y la ley no está clara o los peritos no son concluyentes y sobrevienen las dudas hamletianas (¿ser o no ser?, ¿ justicia o seguridad jurídica?, ¿estimar o desestimar?). Esa charla distendida y respetuosa nos reportó beneficios mutuos y nos demostró que aunque distinta es la función de juez y abogado, el punto de partida de todos es hacer el trabajo lo mejor posible y sobrevivir a los contratiempos. Si en algo coincidimos fue precisamente en el actual contexto de incertidumbre de normas y jurisprudencia cambiante que dificultaba enormemente hacer pronósticos sobre los conflictos jurídicos.

Es cierto que esos encuentros abren la ocasión para el desahogo pero también para aclarar malentendidos. Recuerdo que tras una cena distendida que se organizó espontáneamente al término de una conferencia de un maestro del derecho administrativo, cómo un abogado me comentó con valentía pero sin acritud que llevaba la espina clavada de las costas que le impuse en una sentencia que había dictado tres años atrás, pese a que había desistido del litigio. La ocasión me permitió recordarle que era un pleito complejo y que el abogado había utilizado la demanda para jugar a la ruleta de obtener una medida cautelar que servía a sus intereses, por lo que al serle denegada perdió interés y desistió, pero el zafarrancho montado en torno a dicha cautelar (implicados, prueba y estudio de la marea de fondo) justificaba que le hubiese impuesto las costas. Y así, ambos con el vino en la mano y la sonrisa floja, ya no nos hicimos mas reproches.

En suma, esas reuniones informales, sean desayunos, lunch o ágapes, son espacios de encuentro de jueces y abogados altamente fructíferos, siempre y cuando no se pierda de vista un triple dato. De un lado, que compartir un ágape no supone compadreo y amistad, sino un contexto de cordialidad. De otro lado, que hay que saber lo que se dice y cómo se dice, de manera que ni el abogado ni el juez se encuentren incómodos ante la suspicacia del otro. Y finalmente, que a diferencia de las comidas de empresarios o políticos, estos ágapes no persiguen la negociación con mantel sino sencillamente el contacto visual, oral y con sentido de fraternidad, pues al fin y al cabo, abogados y jueces en su inmensa están hechos de la misma pasta, de la vocación por el Derecho.

José Ramón Chaves 
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