10 julio 2018

Ángulos muertos de la abogacía

José Ramón Chaves  Por José Ramón Chaves
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Si ángulos muertos son las zonas oscuras que no resultan visibles desde el interior del vehículo pese a los espejos, podría hablarse de algunas zonas o puntos ciegos que se ofrecen al abogado cuando está en puertas del litigio, aunque pronto podrá interpretar las nubes amenazadoras que brotan en el proceso y hacer pronósticos sobre la evolución y desenlace.

El primer nubarrón que le preocupa es la sensibilidad procesal del juez. No la ideología conservadora o progresista, sino su actitud como conductor del proceso. Los jueces sirven a la misma ley procesal de enjuiciamiento que corresponde a su orden jurisdiccional, sea civil, contenciosa, laboral o penal, pero su plasticidad es diferente en las manos de uno u otro. Será con el desarrollo del proceso cuando el abogado comience a afianzarse la idea de si el juez es formalista o antiformalista, de si concibe el procedimiento como un fin en sí mismo o como un medio para la justicia. La personal sensibilidad procesal de cada juez se expresará en las admisiones o inadmisiones de alegatos, documentos o pruebas, en la generosidad o cicatería al admitir testigos y peritos o incluso en su criterio de admisión de preguntas y aclaraciones. A veces esas decisiones judiciales son relámpagos súbitos que iluminan el proceso y otras truenos inquietantes, pero nada que turbe el camino de la justicia.

Un segundo bloque de nubes bajas amenazadoras pero que mojan poco, son los incidentes menores planteados por la contraparte y que zancadillean el desarrollo del proceso, tales como la recusación de juez o peritos, la tacha de testigos, la posible litispendencia o pérdida de objeto. También amenaza e inquieta al abogado, la estrategia del contrario, según su mayor o menor audacia, mayor o menor rigor, y que obliga al letrado que la sufre, como al general del ejército en la batalla, al constante replanteamiento de la ofensiva según la respuesta del enemigo.

Por último, las tormentas de verano que aparecen súbitamente y dan lugar a chubascos sin cuento, son las cuestiones prejudiciales que siempre sorprenden como una especie de fuera de juego, ya que en la práctica supone dejar el litigio en manos de lo que resuelva otro Tribunal. En unos casos, se trata de las cuestiones prejudiciales ante el tribunal de Justicia de la Unión Europea, en que el juez nacional se descuelga consultando por auto si la norma nacional se ajusta o no al derecho comunitario. En otros casos, se trata de una cuestión de inconstitucionalidad, bien a solicitud de parte o bien del propio órgano judicial que eleva lo plantea al Tribunal Constitucional con la consiguiente suspensión del proceso. Y en otros casos son cuestiones prejudiciales cuya resolución incumbe a órganos de otra jurisdicción ordinaria; a veces se tratará de cuestiones perentorias, como las penales que tienen prioridad máxima, y otras presentarán virtualidad puramente dilatoria pues se trata de cuestiones previas de naturaleza civil o laboral que a duras penas paran las ruedas del proceso principal.

Lo que ya se revela al abogado tan inaccesible como la lluvia de granizo o un tornado, es el resultado de la aplicación de la sana crítica del juez cuando acomete su solitaria y personal valoración de la prueba de testigos y peritos, guiado por su íntima convicción y según su percepción del rigor y fiabilidad que merece el testimonio o informe respectivo. Cómo alcanza el juez la certeza de criterio valorativo, tras escuchar uno o varios testigos o peritos, constituye una de las variables más difíciles de pronosticar para el abogado, pese a su habitual esfuerzo de arañar unas palabras del testigo o perito que permitan descubrir fortalezas o debilidades.

En suma, todo abogado acaba forjándose en una suerte de meteorología procesal que podemos calificar frívolamente de ciencia del pronóstico de los incidentes y resoluciones judiciales. No tiene categoría de ciencia y no se enseña en la Facultad, pero la experiencia proporciona al abogado curtido la intuición de un comanche que, ya sea mirando en el horizonte las volutas de humo de una fogata o bien pegando la oreja al riel de tren, es capaz de detectar la presencia del riesgo, su origen y cómo combatirlo.

Así y todo, no hay abogados ni jueces infalibles sino profesionales del Derecho que intentan obtener la justicia con la siembra de normas y jurisprudencia. Por eso, la sentencia y su blindaje de cosa juzgada se presentará servida en el acervo jurisprudencial como un arco iris, luminoso, acabado y colorista, pese a que todos saben que se desvanece y desaparece. Y ello porque al igual que asistimos al cambio climático y calentamiento global, en el mundo del derecho y la justicia experimentamos un calentamiento vertiginoso de la seguridad jurídica, a fuerza de cambios legislativos y jurisprudenciales cuyo seguimiento se hace dificultoso.

La gran paradoja radica en que las tecnologías de la información facilitan a golpe de teclado la localización de la norma y sentencia que apoya la tesis, con lo que numerosos litigios se convierten en un aluvión de fuentes jurídicas que son volcadas sobre la mesa del juez, quien a su vez ha de revolver asomándose a sus propias bases de datos.

En suma, hemos pasado de la incertidumbre del siglo pasado por hambre de estudios doctrinales, de precedentes jurisprudenciales y de normas adecuadas, a la incertidumbre del siglo XXI por indigestión de textos jurídicos. Y en ese contexto, el abogado desarrolla el arte de adivinar el desenlace del litigio utilizando lógica y experiencia. Acertar es harina de otro costal.

José Ramón Chaves 
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