21 junio 2022

¿Muchas o pocas palabras en informes y escritos procesales?

 Rafael Guerra Por Rafael Guerra

 

Las justas, ni una más. Se trata de encontrar el menor número de palabras con las que convencer, en nuestro caso, al juez. Para acertar con esa cifra, hay que confiar en el buen sentido, en la práctica y, por qué no, en la suerte.

¿Qué abogado no tiene la experiencia de haber salido de un juicio en el que, mientras hablaba a un juez absorto en su mundo interior, su propia voz le sonaba a campana rota y, sin embargo, su cliente ganó el pleito? Y al revés, ¿quién alguna vez no ha rememorado con delectación, ya en el despacho, el sabio y mesurado informe con que regaló a su señoría, y a los pocos días ha recibido un non placet? Lo de convencer no es nada fácil.

Por eso, no hay una receta mágica para la duración de los informes o el tamaño de los escritos. Hablar, escribir mucho o poco dependerá normalmente de las circunstancias. Por ejemplo, en una vista programada para media hora en la que han de intervenir dos testigos y un perito, es muy aconsejable preparar informes finales de tres, cuatro minutos. Sobrepasar ese límite es correr riesgos: de enfadar al magistrado, de padecer alguna advertencia, de atropellar la exposición, en fin, de salir del juicio hecho un manojo de nervios y disgustado por los acontecimientos. Total, para que el resultado sea, previsiblemente, el mismo.

Otra circunstancia también relevante es la receptividad del destinatario de la alocución. Pensemos en el último juicio del día, a eso de las 14 horas. ¿Cómo estará el magistrado que ha despachado en esa misma audiencia otros cinco antes? Lo que espera de los letrados es una oración breve y fervorosa. O sea, un informe corto y directo.

¡Qué mal!, pensarán algunos. ¿Eso significa que nunca puedo utilizar sin medida todas las palabras que quiera? Pronunciadas, me atrevería a decir que, en efecto, nunca. Escritas, como quieras, porque en ese caso el tamaño, aunque parezca extraño, no agobiará demasiado al destinatario. Si nuestro juez ve un escrito largo, previsiblemente refunfuñará. Pero, sólo de momento, porque, en la soledad de su retiro, hará con él lo que quiera, incluso no leerlo. Y si decide que sí, puede leerlo todo por menudo y muy despacito, como saboreándolo. O puede leerlo al bies, saltando de párrafo en párrafo o de página en página, como el tragaldabas que engulle los bocados sin masticarlos.

Un abogado perspicaz sabe que los jueces, siempre ahítos de palabras, lo leerán, lo escucharán con las ganas justas. Por eso, sus escritos e informes deben llevar las palabras igualmente justas. Incluso los magistrados más probos y fieles a su función, esos que se consideran en la obligación de leer y escuchar con cuidado todo lo que les llega, agradecerán la moderación.

Seguro que a todo el mundo sabe eso de “lo bueno si breve, dos veces bueno”. Pero, de vez en cuando, conviene recordarlo. Yo lo hago, y me repito al mismo tiempo: “Nunca temas haberte quedado corto en el tamaño de tus escritos e informes – también vale para los artículos –; nadie echa de menos lo que no oye o lee, si lo que lee y oye es interesante.” Espero y deseo que así haya sido.

Rafael Guerra
retorabogado@gmail.com 

Comparte: