08 marzo 2022

Hazañas bélicas contadas por abogados

José Ramón Chaves Por José Ramón Chaves
TWITTER @kontencioso

Los abogados suelen ser buenos narradores por razones profesionales. Tienen que contar una historia, de forma oral o escrita, esgrimiendo hechos en sus demandas o contestaciones, sembrando notas jurídicas, para conseguir captar la atención del juez, y si además de la atención se logra convencerle, pues estupendo. Colorín, colorado.

El reto narrativo aumenta cuando el caso tiene poco futuro. Cuando las pruebas no ayudan, cuando los actos propios se vuelven dardos mortíferos de su tesis, o si la ley no deja resquicio para que prospere la pretensión del cliente.

Es entonces, cuando la abogacía brillante, como la amistad se pone a prueba en los tiempos difíciles, se demuestra en los casos difíciles. Ahí es cuando el abogado debe desempolvar sus dotes sobre el trívium medieval: expresarse correctamente (gramática), argumentar lógicamente (dialéctica) y persuadir con belleza expresiva (retórica).

Eso nos lleva a considerar al juez como espectador llamado a elegir la narración más convincente de entre las ofrecidas por los litigantes, que le merece mayor sustento probatorio y resulte más ajustada a derecho. La sentencia finalmente plasmará la narración definitiva, e incluso muchas veces se tejerá con retales de aportaciones de ambos litigantes. La cosa juzgada se tragará las narraciones de las partes y ofrecerá otra en formato de sentencia que quizá no sea correcta, lógica ni bella, pero con dotes mágicas, pues como decían los clásicos, “la cosa juzgada hace de lo blanco, negro y de lo cuadrado, redondo”.

Sin embargo ahí no queda el papel de trovador del abogado. Está el día después. Cada abogado ofrecerá su versión. Explicará la sentencia a su cliente, enriquecida con glosas e impresiones propias, a veces para ensalzarla (el vencedor) y otras para criticarla (el vencido). Nuevamente la habilidad expresiva del abogado se pondrá en juego porque si ha ganado, tiende a demostrar que la sentencia es fruto de su esfuerzo y habilidad para abrir los ojos de un juez desinteresado; pero si ha sido derrotado, tenderá a justificar el craso error del juez. Aquí vale todo: contar anécdotas, precedentes, dichos, prejuicios o tecnicismos.

Conocí un hosco empresario, curtido en importantes litigios que afrontó contratando varios abogados, quien confesaba que odiaba sus explicaciones, tanto antes del litigio como después. Antes de litigar, porque le confundía con su jerga y problemas y le hacía proferir quejoso: “¡Quiero un abogado que no sea graduado en Derecho!”. Y después de litigar porque no le importaban los detalles del litigio sino los de la minuta, espetándole: “Mejor te callas más y me cobras menos”.

Aún queda una tercera representación de las dotes narrativas del abogado, que no se hace ante el juez ni ante el cliente. Se trata de la comunicación del proceso y la sentencia a los colegas. Es ahí donde suele darse el escenario similar al encuentro relatado por el dramaturgo José Zorrilla, de don Juan Tenorio y don Luis Mejía en el mesón contando sus hazañas: “A quien quise provoqué/con quien quiso me batí,/y nunca consideré/que pudo matarme a mí”. En otras ocasiones, si corren tiempos difíciles plagados de sucesivas derrotas, los lamentos y la apatía del abogado producirán discursos tan bellos como tristes.

Aunque lo deseable es salvaguardar la confidencialidad del litigio y pasar página, es humano que el abogado que ha sufrido el estrés propio de una compleja contienda judicial, se desahogue contándolo. Lo hacen los generales tras las batallas, y con mayor razón los abogados, que ponen en juego su energía, su esfuerzo y honor, y además enfrentándose con colegas.

Por supuesto, los abogados novicios son los que más empeño ponen en contar su caso, sus anécdotas y estrategia a todo el que pueda interesarle, sin percatarse, como advierten los neurocientíficos, que cada vez que lo relata va sutilmente alterando los recuerdos del asunto, pero siempre en favor del Homero de turno. Incluso a veces, cuando se ha obtenido la sentencia favorable, son tales las vicisitudes ulteriores, referidas a sorpresivos recursos de la parte contraria o incidentes retardatarios de ejecución, que el relato se prolonga y parece propio del retorno de Ulises hacia Ítaca, plagado de trampas y peligros.

De este modo, la palabra es la mejor amiga del abogado. Y por eso, como me confesaba un amigo a las puertas del tribunal: “El momento más delicioso de la abogacía es compartir con un colega la batalla ganada con una cerveza o un café, cuando la sentencia está todavía caliente”. Ese cuerpo a cuerpo, entre compañeros, con o sin almuerzo, no lo sustituye ni que la sentencia ganada se publique en una revista jurídica, ni que se divulgue en las redes sociales. Entonces todos los pesares, las horas sacrificadas, la zozobra y el esfuerzo, reciben una recompensa tan sencilla como gratificante. La sana camaradería y la complicidad de quienes viajan en el mismo buque por el océano procesal.

José Ramón Chaves 
Magistrado
TWITTER: @kontencioso

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