18 julio 2019

Gritar no ayuda a vencer

José Ramón Chaves  Por José Ramón Chaves
TWITTER @kontencioso

Son pocos, pero existen en el foro. Ese puñado de abogados que se comportan en estrados como Esténtor, el soldado griego cuya forma tomó la diosa Hera en la guerra de Troya y que gritaba cuando atacaba al enemigo para desorientarle y que nos ha legado el adjetivo “estentóreo”.

No es un problema de cuerdas vocales, ni de oído, ni elevan la voz para enfatizar sus argumentos. No. Lo hacen porque no respetan al abogado contrario ni al juez y porque disfrutan avasallando. Como tampoco respeta el juez que grita en las vistas, que también los hay.

Las celebraciones de vistas judiciales, como las matrimoniales, son actos solemnes y se inspiran en el clásico “hable ahora o calle para siempre”, pues debe aprovecharse el turno para hablar y convencer. Es verdad que el tono y los gestos ayudan a persuadir, pero cuando el tono es muy elevado y la gesticulación exagerada puede producirse el efecto contrario.

En primer lugar, se distrae a juez y partes del contenido pues las formas ocultan el fondo. En segundo lugar, el abogado demuestra su falta de autocontrol, empatía e incluso su tesis pierde realismo y objetividad. En tercer lugar, resulta incómodo que alguien grite a tan poca distancia en una pecera cerrada. Y en todo caso, está fuera de lugar que alguien se ofrezca soberbio o agresivo cuando precisamente la vista judicial pretende aclarar de forma civilizada una cuestión jurídicamente turbia.

Además como toda felonía, los gritos del abogado pueden ir acompañados de serias agravantes tales como descalificativos al contrario (calificándole de ignorante o su planteamiento de disparatado, por ejemplo), empleo de gestos hirientes, aplicar un descarado autobombo o utilizar sarcasmos.

Otras veces el grosero pretende disfrazarlo de atenuantes, avisando al juez de su intervención con un formulismo (“Con el debido respeto…”, pese a que nada se respeta a continuación), o se envuelve en una lapidaria excusa (“ En estrictos términos de defensa…”, cuando realmente es un ataque rastrero), e incluso algunos abogados presentan como disculpa su particular temperamento en vez de esforzarse en corregirlo.

En todo caso, esa conducta innoble, que no solo vulnera las reglas de la cortesía e incluso de la ética profesional, a veces es derribada con enérgicas amonestaciones pero otras vuela bajo el radar del juez  con impunidad (salvo casos extremos), debido a una concepción generosísima de la libertad de expresión y defensa.

En mi experiencia procesal no conozco ningún caso en que esas técnicas fullleras hayan inclinado la balanza de la justicia sino mas bien han perjudicado la reputación del abogado y le ha colocado en una especie de libertad vigilada para el futuro.

Claro que la situación puede empeorar  si el abogado contrario, por legítima defensa, eleva la voz y replica poniéndose a su altura. En estos casos, hasta que el juez ponga orden el duelo judicial entre caballeros (a veces teniendo que gritar para hacerse oír en el griterío) se convierte en lucha de villanos en el fango. Estos episodios duran poco y son excepcionalísimos pero dolorosos para la imagen de la Justicia.

Otra cosa es el enojo legítimo del abogado, que puede brotar ante la estrategia inesperada del contrario, por la rígida actitud del juez o por los negativos derroteros del litigio, pero no justifica que se manifieste  con gritos en la vista judicial. “Perder los papeles” es una frase hecha pero se convierte en literal cuando el abogado grita, pues pierde el papel de abogado (que es defender y no sobreactuar) y se perderán sus papeles y documentos en la cortina de sus voces.

Debemos recordar que el enojo hay que dejarlo para la intimidad y ocultarlo bajo la toga pues como decía Aristóteles no es sencillo “enojarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto” .

Convencer no es cuestión de decibelios sino de claridad en la argumentación. Se puede ser profesional, convincente y agresivo sin levantar la voz. Por eso no es una buena idea gritar en las vistas judiciales. El consejo del actor John Wayne a los actores vale para los abogados: “ Habla en voz baja, despacio y no digas demasiado”.

José Ramón Chaves 
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