14 octubre 2013

No, no quiero recibir más avisos de cookies

No sé ustedes, pero yo ya me estoy cansando de tanto aviso legal que me indica amablemente que, si continúo navegando por tal o cual web y no hago nada al respecto, mi ordenador va a recibir un generosa entrega de ricas cookies. La poca paciencia inherente a mi “yo digital” se resiste a tener que soportar, todos los días, en todas las páginas, una barrita informativa tras otra (con sus botones y enlaces de rigor) que no hacen sino ocupar espacio en la pantalla. Molestar, en una palabra.

Sinceramente, ignoro en qué estaba pensando el legislador comunitario cuando perpetró la modificación normativa de la que trae causa el despropósito que ahora vivimos. Cierto es que el problema venía de atrás: de una norma de 2002 (conocida como “Directiva ePrivacy”) tan llena de buenas intenciones como carente de sentido práctico, y plagada de arremetidas contra el llamado “principio de neutralidad tecnológica”. Pero, lejos de aprovechar la oportunidad que ofrecía la reciente reforma del “paquete telecom” para desfacer tal entuerto, desde Bruselas optaron por lo contrario: por poner más trabas a la industria y al ciudadano.

Siendo francos, debo decirles que las empresas, en mi modesta opinión, son las responsables originarias de mi hastío. Y más en concreto, las que viven de la publicidad. Fueron ellas las que abusaron de las cookies en el pasado, hasta provocar la intervención del legislador. Y son ellas las que lo siguen haciendo en la actualidad: les sorprenderá saber que, sólo por entrar en los sitios web de los dos principales diarios generalistas de nuestro país, habrán ustedes recibido más de 80 de estos pequeños archivos, que pasarán a convertirse en discretos chivatos de sus gustos y preferencias de navegación.

Y el problema de hacer actuar al legislador, en materia tecnológica, es su forma pendular de actuar: ante un problema, opta por aprobar una ley durísima, que sólo se atempera años después de comenzar a manifestar sus efectos secundarios adversos. En estos momentos, en lo que a cookies se refiere, el péndulo ha alcanzado su máxima amplitud, lejos todavía del equilibrio. Y los efectos secundarios los sufrimos los usuarios, las Pymes… y los programadores, que se devanan los sesos por encontrar soluciones tecnológicamente viables ante tamaño desaguisado.

Lo más triste del caso es que el remedio, tal y como está planteado, sirve (siendo generosos) para bien poco. En mi particular experiencia, de hecho, es incluso contraproducente, y me explico: en teoría, si permitimos que un sitio web instale cookies en nuestro ordenador, este consentimiento se mantiene en el tiempo y no es preciso que nos lo pidan de nuevo, salvo que el titular del servicio modifique sus políticas al respecto. La cuestión es que esta decisión se almacena habitualmente en… lo han adivinado: una cookie. Pues bien, quien esto suscribe, que se preocupa por su privacidad, tiene configurado su ordenador desde hace años para que borre todas las cookies cada vez que se cierra el navegador. Y lo que hasta ahora era una medida higiénica, sencilla y eficaz contra esas pequeñas soplonas, es ahora la causa de que me vea saturado por decenas de avisos legales, día tras día. ¿Cómo evitarlo? Permitiendo que las cookies proliferen en mi equipo, hasta ahora libre de ellas. ¡Un sinsentido!

Desgraciadamente, la cosa no se queda aquí: dada la falta de neutralidad tecnológica de la regulación, las empresas están buscando alternativas para huir del ámbito de aplicación de la ley, empleando nuevas formas de identificar y trazar las conductas de los usuarios que no precisan de “utilizar dispositivos de almacenamiento y recuperación de datos en equipos terminales”. Ejemplos los hay a docenas: aplicaciones móviles diseñadas para remitir información, en tiempo real, a sus desarrolladores; programas de análisis instalados directamente en los servidores, que obtienen la información de los logs de navegación; pequeñas imágenes invisibles que se cargan desde servidores alojados fuera de la Unión Europea… la lista es infinita.

Entretanto, usuarios, empresarios e informáticos sufrimos una regulación absurda, que “infoxica” nuestra navegación, reduce la usabilidad de nuestros sitios web y nos obliga a asumir cargas absolutamente desproporcionadas.

En mi caso, por fortuna, puedo compensar esta molestia cuando algún cliente, tan hastiado como yo, nos encarga que le redactemos la política de cookies para su sitio web. ¡Para que luego digan que los abogados no hacemos, de la necesidad, virtud!

 José Leandro Núñez García

Socio en Audens, y vocal en Enatic.

 

 

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