20 febrero 2018

Cuando el abogado pierde los papeles

José Ramón Chaves  Por José Ramón Chaves
TWITTER @kontencioso

El abogado no es un autómata infalible, sino un profesional que maneja una ciencia menor como es la jurídica en un contexto de incertidumbre. Las nebulosas afectan a los hechos, al derecho y, como no, al desenlace en sentencia. Por eso no es extraño, e incluso lógico, que a veces el letrado pierda los papeles, unas veces por negligencia, otras por temeridad y otras sin culpa.

Se pierden los papeles por negligencia en aquellas ocasiones en que el abogado extravía pruebas documentales cuando prepara su alegato u olvida la minuta y notas para la vista oral, y se queda horrorizado al no ser posible la suspensión. Se trata de errores humanos pero, al igual que un médico no puede extraviar el bisturí o historial clínico del paciente, el abogado ha de contar con una agenda clásica o electrónica que le mantenga alerta para contar con todos y cada uno de los documentos a mano o localizados cuando es preciso.

Se pierden los papeles por temeridad en esos otros casos en que el abogado, para no perder un cliente, acepta con ligereza un caso de una especialidad jurídica que desconoce, lo que le hará perder los papeles de perito en leyes, puesto que el pleito irá a trompicones, bajo el método de ensayo y error, poniendo a prueba la paciencia de su cliente, del abogado contrario y del juez.

Y finalmente, ninguna culpa puede imputarse al letrado cuando pierde los papeles en sentido coloquial porque se sale de sus casillas provocado por la conducta procesal de los demás.

En ocasiones, porque el abogado contrario le ha dado un jaque mate con un sorpresivo pero convincente alegato o prueba. Otras, porque su propio cliente le deja vendido con lo que dice o hace. Y otras, porque le irrita que el juez no le deje explayarse o le rechace su petición. En estas situaciones críticas, es aconsejable la contención del abogado. Una salida de tono en estrados o unas quejas airadas en los escritos de alegaciones no benefician ni al abogado ni a su cliente.

Así y todo, la queja puede envolverse con sutileza y elegancia, recordando aquello del sándalo que perfuma al machete que lo corta. Son ocasiones para que el abogado templado demuestre su capacidad de persuasión y haga aflorar su queja con firmeza pero sin provocar enojos. Así lo que impone la cortesía procesal, la lealtad y el civismo en los conflictos.

Es cierto que también el juez a veces pierde los papeles, y lo peor es que su salida de tono suele quedar impune. De un lado, porque eso de tener la última palabra blinda cualquier torpeza. De otro lado, porque las correcciones disciplinarias son mas frecuentes y fáciles de aplicar a los letrados que a los jueces.

En todo caso, lo realmente importante no es librarse de una multa procesal, sino comportarse con elegancia incluso ante el atropello. Ya se trate de conducta del abogado o del juez, no es cuestión del alcance de la libertad de expresión ni del derecho al pataleo, sino que está en juego algo mas profundo: la reputación del abogado o juez. Nada más penoso que escuchar en los pasillos de las sedes judiciales un calificativo despectivo referido a alguien que está llamado a buscar la justicia, ya sea el abogado que defiende al cliente o ya sea el juez que debe resolver.

José Ramón Chaves 
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