19 marzo 2020

Tiempo y silencio

Estamos viviendo una situación inédita. Extraña por lo que tiene de nueva, incómoda por lo que altera la cotidianidad; insólita por sus causas y excepcional por sus efectos, pues la declaración del estado de alarma ha transformado radicalmente nuestra vida, la de nuestros barrios, pueblos y ciudades, la de regiones y comunidades enteras, la de todo un país. Un siglo XXI efesvercente, transformador, global, voluble y plagado de tantas oportunidades como de incógnitas y riesgos. 

Un planeta amenazado de muerte en su sostenibilidad, que respira mal, que huele peor y que -es lo que tiene el cambio climático– se seca y se ahoga a la vez. Una Europa en crisis donde los derechos humanos se evaporan en sus costas, junto al humo de los gases lacrimógenos y los sueños de quienes persiguen un futuro mejor. Un mundo herido por enormes brechas de desigualdad. Unas democracias donde la vacuna de la historia no las ha inmunizado frente a los populismos y los nacionalismos más tóxicos y destructivos. Unas sociedades cada vez más abiertas e integradas por las tecnologías, pero también más aisladas, enfermas de soledad y desconectadas. Un país que en apenas diez años ha tenido que hacer frente a dos declaraciones de alarma, una relacionada con aviones que pesan decenas de toneladas y que cerró nuestro espacio aéreo (crisis controladores 2010) y otra con un virus microscópico que nos ha encerrado en nuestras casas. 

Frenético. Pasamos de la Cumbre del Clima de Madrid (COP25), donde se buscaba un futuro para unos ecosistemas que se desangran por tierra, mar y aire, a un conflicto humanitario en Grecia donde Europa planta su escudo protector para asegurar fronteras y no derechos fundamentales, días antes de una incomprensible sentencia del TEDH blanqueando las devoluciones en caliente y reinventando el Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Al tiempo se consu el Brexit, y mientras Reino Unido dice good bye a Europa se entablan negociaciones que hagan posible un hello a la nueva asociación UE-UK post Acuerdo transitorio. La Abogacía Española e Iberoamericana (UIBA) condenaban los atropellos al derecho y la barbarie de la fuerza que sufre Venezuela, desde el CGAE nos solidarizábamos con la abogacía y la judicatura polacas por una nueva reforma judicial que atenta contra la independencia judicial en ese país y los valores europeos, y la ONU lanzaba un plan de acción para proteger las democracias y fortalecer los derechos humanos, porque, en palabras de su Secretario General, “el Estado de Derecho se está erosionado”Recesiones económicas brutales que se encadenan, adelgazándose las estimaciones de crecimiento PIB previsión tras previsión. Desigualdades que no se corrigen (en la UE, las mujeres ganan un 16% menos que los hombres y un 33% ha sufrido violencia física y verbal; y en España, el 26% de la población está en riego de pobreza o exclusión). Ahora una pandemia global.

En todo esto andaba pensando estos días cuando me asomé al artículo que acaba de publicar el diario ABC del siempre lúcido y oportuno Antonio GarriguesIntuitivo y con inteligenciavolvía a depositar su confianza en la capacidad de los seres humanos frente a las adversidades y nos recordaba que en esta compleja coyuntura “el egoísmo es el peor de los pecados capitales” y que es el momento de la sociedad civil, de “descubrir las asignaturas pendientes, de aceptar con naturalidad nuestras obligaciones y responsabilidades, y de dedicarnos a trabajar en equipo en beneficio de todos”. Totalmente de acuerdo, querido Antonio. 

Tiempo y silencio, titula Luis Pastor una de sus hermosas canciones. Tiempo hoy para pensar, para reflexionar, para refugiarnos en nuestra imaginación y navegar entre sueños e ideas. Para hacerlo en silencio, en el raro silencio que nos llega de las calles. Tiempo de conciencia y de memoria. Tiempo de prudencia. Y tiempo de esperanzas, de convicción y de certezas, de recordar que la humanidad, cuando ha sido preciso, siempre ha sabido escoger –como decía Neruda “el difícil camino de la responsabilidad compartida”. 

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