Innovación Legal
08 septiembre 2025
Por Albert Ferré
Hace unas semanas, en una comida con colegas del sector, compartíamos mesa con un magistrado ya jubilado. Nos regaló una de esas anécdotas que valen oro:
“Había abogados que sabían cómo escribir para mí. Cambiaban el tono, las palabras, el orden… conocían mi manera de leer. Y sabían que ciertas fórmulas me hacían escuchar con más atención.”
Hoy, eso me parece ciencia ficción.
Durante siglos, el Derecho ha sido una ciencia social. Un sistema construido sobre el lenguaje, el contexto, los matices culturales y la interpretación.
Cada caso era una historia irrepetible, y cada abogado, un traductor entre la ley y los problemas de la vida cotidiana.
Hoy, estamos cambiando.
Donde antes había intuición, hoy hay predicción.
Donde antes se valoraba el olfato del “crack” que sabía cuándo no presentar un recurso, hoy un modelo estadístico sugiere con qué porcentaje de éxito podrías ganarlo… y con qué argumentos.
Esto no es una tendencia. Es una mutación.
La jurimetría, la minería de datos legislativos y judiciales incluso en documentos internos de despachos, la IA generativa, los asistentes legales automatizados… están redibujando la profesión.
Son precisos, rápidos, incansables… y nos obligan a hacernos preguntas incómodas. Y eso, mola:
¿Se está convirtiendo el Derecho en una ciencia exacta?
Y si es así… ¿En qué nos afecta?
Porque los datos no son neutrales: reproducen el pasado, con todos sus sesgos.
Y cuando dejamos que los algoritmos aprendan de millones de sentencias, no solo aprenden Derecho… también aprenden desigualdades.
Así que debemos revisar con lupa lo que perpetuamos, para no retroceder como sociedad.
(Aquí lo dejo, que esto da para mucho).
¿Y en todo esto, tú dirás… dónde queda el factor humano que comprende el miedo de un testigo, la dignidad de una víctima, o el contexto invisible de quien nunca tuvo un abogado brillante?
El Derecho es mucho más que un conjunto de normas:
Es un espacio simbólico.
Un pacto entre todos los que formamos la sociedad.
Un lenguaje para construir comunidad.
Si ahora ese lenguaje se convierte en estadística… ¿Qué perdemos?
No estoy en contra de la tecnología. Como sabes, formo parte activa de este cambio.
Pero creo que no deberíamos cruzar ciertas fronteras sin hacernos ciertas preguntas:
¿Queremos un Derecho más exacto o más justo?
(Menudo melón…)
Imaginemos un caso sencillo: una compraventa de un coche entre dos particulares.
Precio fijado, coche entregado, pago realizado.
Veinticuatro horas después, el vehículo no arranca.
El comprador llama al vendedor… y este se desentiende.
¿Y ahora qué?
En nuestro sistema actual, si la disputa se judicializa, la resolución firme podría tardar más de tres años, con un coste medio de 3.000 € por parte en abogados, procuradores y tasas.
¿En serio? ¿Tres años para resolver un problema de cinco minutos?
Ahora pensemos en el mismo problema, pero en otro escenario.
Mismo coche, misma compraventa, mismo fallo.
Pero esta vez, todo sucede a través de una plataforma digital que actúa como intermediario inteligente.
El comprador notifica el fallo.
La plataforma lanza automáticamente una reclamación al vendedor y activa un protocolo:
le pide al comprador que grabe un vídeo verificando su identidad, mostrando el depósito, el motor… lo que sea necesario.
Una vez recibido, da paso al vendedor para que aporte su prueba en contrario.
En minutos, el sistema analiza los hechos, toma una decisión:
retiene el pago, lo revierte al comprador y comunica la localización del coche al vendedor para su recogida.
Gratis. Instantáneo. Sin abogados, sin tribunales, sin tres años de espera.
¿Quién tiene algo que objetar a esta solución?
Y, sin embargo…
¿Dónde queda el relato?
¿Dónde la posibilidad de matizar, de contextualizar, de apelar a una excepción, a una emoción, a una historia?
Ese es el dilema.
Porque por muy avanzada que sea la tecnología, aún no sabe leer entre líneas.
Ni escuchar un silencio.
Ni intuir cuándo una mirada lo dice todo.
Eso, de momento, sigue siendo un terreno profundamente humano y aquí no entra la probabilidad.