
Innovación Legal
14 julio 2025
Por Elen Irazabal
La irrupción de la inteligencia artificial (IA) no es simplemente una innovación tecnológica más que debamos integrar en nuestro día a día profesional. Es algo profundamente distinto, una transformación de magnitud equiparable a un nuevo paradigma cognitivo. Por ello, el verdadero desafío que la IA plantea a los profesionales del derecho no es aprender a utilizar herramientas tecnológicas concretas, sino entender la profunda transformación filosófica que exige la gestión del conocimiento y la manera misma en que pensamos y razonamos en el ámbito jurídico.
Uno de los problemas centrales en esta transformación es la resistencia, muchas veces inconsciente, de los propios profesionales del derecho a cambiar su forma de pensar. Las facultades de derecho parecen haber prometido tácitamente que obtener el carné de abogado o un título jurídico es el punto final del aprendizaje profundo, limitando la actualización posterior únicamente a cambios legislativos y jurisprudenciales. Esta creencia genera una profunda negación a la necesidad de replantear la manera misma en que se abordan los problemas jurídicos, bloqueando la evolución necesaria frente a los desafíos que presenta la inteligencia artificial.
Es cierto que la obtención del título profesional y el carné de abogado pueden llevar a una relajación en la actitud frente al aprendizaje. Sin embargo, la universidad no contribuye a evitar esto; al contrario, el propio sistema educativo vigente en las facultades de derecho favorece esta mentalidad. Tradicionalmente, las facultades han priorizado la enseñanza teórica en formatos rígidos, enfocando las largas horas de estudio en la memorización de contenidos como códigos, leyes, reglamentos, doctrinas jurisprudenciales y, especialmente, opiniones de expertos recogidas en manuales, como los del derecho civil. Este modelo transmite una visión cerrada del conocimiento jurídico, como si se tratara de verdades definitivas que solo hay que aprender y aplicar, en lugar de invitar a cuestionarlas o interpretarlas críticamente. El resultado es una memorización superficial que se olvida rápidamente después de los exámenes y que genera profesionales con dificultades para adaptarse creativamente cuando las situaciones prácticas cambian o se vuelven complejas. Esto afecta no solo a abogados, sino también a jueces, fiscales y todos los operadores jurídicos que requieren habilidades prácticas sólidas y flexibles.
En este contexto, la irrupción de la inteligencia artificial plantea una disrupción aún mayor: al facilitar el acceso rápido y sencillo a la información, reduce la dependencia tradicional del profesor como única fuente de conocimiento válido. Esto obliga a repensar el rol del docente, que ya no puede limitarse a transmitir información, sino que debe asumir un papel activo en el desarrollo de habilidades superiores de razonamiento y juicio crítico en los estudiantes.
Esta manera tradicional de entender el aprendizaje es radicalmente cuestionada por la llegada de la IA. Ahora, lo fundamental no será acumular información, sino saber cómo relacionarse con ella, cómo validarla, cuestionarla y reelaborarla. El desafío no está en usar herramientas de IA, sino en comprender que estas herramientas cambian radicalmente la forma en que construimos el conocimiento jurídico. La IA no solo agiliza procesos o automatiza tareas repetitivas, sino que es capaz de revelar patrones, relaciones y perspectivas que antes escapaban al análisis humano tradicional. Frente a esta realidad, el profesional del derecho se enfrenta al reto de trascender su marco mental habitual para abrazar una perspectiva más dinámica, flexible y consciente.
Este cambio es profundo y exige una renovación casi filosófica en la formación jurídica. Implica aceptar que el valor del profesional del derecho ya no radicará principalmente en el conocimiento acumulado, sino en la capacidad de pensar críticamente, cuestionar supuestos, explorar posibilidades inéditas y adaptarse continuamente a nuevas circunstancias. La habilidad esencial será la de navegar en la incertidumbre intelectual, aprendiendo constantemente, desaprendiendo cuando sea necesario, y gestionando de forma consciente la compleja interacción con sistemas inteligentes que operan desde lógicas diferentes a las humanas.
En consecuencia, el nuevo profesional del derecho debe convertirse en algo más que un técnico del derecho. Debe asumir un perfil interdisciplinario, con fuertes fundamentos en filosofía, ética, tecnología y ciencia cognitiva. Solo así podrá entender y guiar responsablemente el uso de la inteligencia artificial desde unos valores claros y definidos. El desafío real no está en “dar instrucciones” a una máquina, sino en cómo redefinimos nuestras propias reglas y criterios éticos para gestionar las sorpresas, contradicciones y dilemas que inevitablemente surgirán de esta interacción.
Este cambio de paradigma no es opcional; es necesario e inevitable. No estamos frente a un cambio superficial en las herramientas tecnológicas, sino ante una transformación profunda que impacta las raíces mismas de cómo construimos, gestionamos y valoramos el conocimiento jurídico. Las facultades de derecho deben repensar radicalmente sus métodos pedagógicos, fomentando un modelo de aprendizaje que no se base en la mera acumulación de información, sino en cultivar habilidades cognitivas superiores, capaces de adaptarse al dinamismo y complejidad que la inteligencia artificial ya está generando.
El futuro del derecho exige profesionales preparados no solo para usar inteligencia artificial, sino para repensarse profundamente a sí mismos y a su profesión en esta nueva era.