Innovación Legal
24 noviembre 2025
Por Elen Irazabal
La llegada de Gemini 3 me ha animado a escribir sobre algo que vengo observando desde hace tiempo: los distintos modos en que los profesionales jurídicos se están relacionando con la inteligencia artificial.
No es una lectura especialmente popular, porque pone más el foco en nuestras actitudes que en las promesas de la tecnología, pero me parece necesaria.
Más allá de la tecnología en sí, lo que me interesa es la actitud con la que nos acercamos a ella. Porque no todos partimos del mismo lugar, ni reaccionamos igual ante sus límites o posibilidades. A lo largo de estos meses, he identificado tres perfiles muy claros.
1. El profesional que aprende por iteración: prueba, error y criterio Es, con diferencia, el grupo que ha desarrollado la relación más saludable con la tecnología. No esperan milagros ni resultados perfectos a la primera, porque entienden que la IA funciona dentro de márgenes y limitaciones que deben explorarse. Prueban los modelos con casos reales, repiten las consultas con ligeras variaciones y contrastan los resultados con su propio conocimiento jurídico. A partir de ahí, aprenden a distinguir cuándo compensa recurrir a la IA y cuándo es preferible abordarlo de manera tradicional. Su gran virtud es que no exigen a la máquina que trabaje por ellos, sino con ellos: conciben la interacción como un proceso colaborativo. Mantienen la distancia crítica, revisan lo generado y no buscan un oráculo infalible, sino un apoyo capaz al que saben que deben supervisar con atención y criterio profesional.
2. El profesional que quiere delegarlo todo… y se frustra Un perfil nacido de una expectativa irreal: imaginan una IA capaz de redactar, analizar riesgos y captar matices como un socio veterano con un solo clic. Su expectativa se construye sobre la promesa de automatización total, como si la herramienta pudiera absorber el razonamiento jurídico sin necesidad de guía humana. Cuando la realidad choca con esa fantasía, y el sistema alucina o es impreciso, oscilan entre el enfado y la decepción, culpando a la herramienta como si hubiera incumplido una obligación. Su error es buscar la sustitución en lugar de la extensión. Esperan milagros y reciben borradores imperfectos que requieren intervención. Caen en la paradoja de la automatización: acaban trabajando el doble para corregir errores que, por falta de supervisión activa, no vieron venir o no quisieron anticipar. Lo que debía liberarles tiempo termina generándoles más carga por haber renunciado al control.
3. El profesional que necesita que la IA falle para sentirse seguro Un clásico de las mesas redondas. Escrutan la herramienta esperando el fallo, no para corregirlo, sino para celebrarlo como un trofeo que demuestra que “nunca nos van a sustituir”. Se relacionan con el sistema desde la sospecha y el deseo de confirmación, buscando ese error que reafirme su posición. Para ellos, una alucinación no es un error técnico ni un límite ajustable, sino una evidencia ontológica de que la máquina es inferior; un mecanismo de defensa psicológico que les permite preservar su identidad profesional. Mientras el primer grupo se pregunta “¿cómo puede ayudarme esto?”, este sigue atrapado en el “¿cómo demuestro que soy mejor?”. Su interacción con la IA se convierte así en un ejercicio de autovalidación, no de exploración, y pierden la oportunidad de descubrir cómo la tecnología puede complementar su trabajo sin poner en cuestión su valor.
¿Por dónde empezar entonces?
Para situarte en el primer grupo, el que itera y suma criterio, y evitar la frustración de quien espera magia, hay que dejar de empezar la casa por el tejado. Hace poco analicé por qué obsesionarse con la última IA es una trampa si no entiendes los cimientos. Si quieres dejar de perseguir novedades y construir una base sólida que te sirva hoy con Gemini y mañana con lo que venga, la hoja de ruta está aquí:
[QUÉ DEBERÍAS APRENDER (DE VERDAD) SOBRE IA SI ERES ABOGADO]
Porque, al final, la diferencia entre un abogado que “usa IA” y uno que la entiende empieza por saber qué hay debajo del capó.