Innovación Legal
29 septiembre 2025
Por Iñigo Jiménez, experto en Movilidad de RedAbogacía.
LinkedIn: https://www.linkedin.com/in/inigojimenez/
Lo confieso: muchas mañanas mi primer acto consciente no es abrir los ojos, sino desbloquear el móvil. Con la cara aún pegada a la almohada, ya estoy ahí, deslizando el dedo como si hubiera algo urgente que no puede esperar. La mayoría de las veces no lo hay. Simplemente, el gesto se ha convertido en reflejo.
No nos sorprende. Igual que asumimos que el tráfico a primera hora es inevitable, hemos normalizado la distracción digital. Y, sin embargo, pocas cosas están afectando tanto a nuestra forma de trabajar, relacionarnos y hasta pensar como esta especie de apagón mental permanente.
Para ponerlo en números: se calcula que tocamos el teléfono unas 2.600 veces al día. Más de dos mil seiscientas veces. Eso equivale a firmar digitalmente todos los folios de un pleito voluminoso… varias veces seguidas. Una coreografía absurda que repetimos sin darnos cuenta, como si el móvil fuese una campanilla de Pavlov a la que respondemos con fidelidad perruna.
En la abogacía, esta dependencia no es un simple inconveniente: es un riesgo real. Redactar un escrito entre notificaciones es como intentar construir un contrato en mitad de una verbena. Escuchar a un cliente con el móvil vibrando en el bolsillo es garantía de perder matices clave. Tomar decisiones estratégicas con la atención partida en veinte ventanas es como razonar con una tragaperras encendida al lado: mucho ruido y poca claridad. Y aquí la distracción no solo resta eficiencia: puede tener consecuencias profesionales y, en última instancia, afectar a la calidad del servicio que damos a los ciudadanos.
No hay solución mágica, pero sí prácticas sencillas que marcan la diferencia: configurar el teléfono para que solo avise de lo verdaderamente importante, reservar momentos de trabajo sin interrupciones, dejar el móvil fuera de las reuniones y, sobre todo, ser conscientes de que nuestra atención es limitada y debemos protegerla.
La innovación en lo jurídico no consiste únicamente en incorporar nuevas herramientas digitales, sino en aprender a manejarlas sin que nos manejen. Y por eso cobra pleno sentido el nuevo programa en competencias digitales aplicadas al sector de la abogacía (https://www.abogacia.es/actualidad/noticias/arranca-upro-el-programa-formativo-de-competencias-digitales-para-profesionales-de-la-abogacia/) que está a punto de ponerse en marcha: no se trata solo de usar mejor la tecnología, sino de hacerlo con criterio, con foco y con una conciencia clara de cómo influye en nuestra forma de trabajar.
Quizá la verdadera revolución no sea estar más conectados, sino saber cuándo y cómo conectar. Porque, al final, la mejor manera de proteger nuestra profesión —y a quienes confían en nosotros— no es añadir más ruido digital, sino recuperar lo más valioso que tenemos en este entorno: nuestra atención.