Innovación Legal
23 septiembre 2025
Por Sara Molina
TWITTER @SaraMolinaPT
La innovación no empieza con una tecnología. Empieza con una intención. Con una pregunta incómoda y necesaria:
¿Qué estamos diseñando realmente cuando hablamos de transformación digital en el Derecho?
Acabo de lanzar un avatar generado por inteligencia artificial que representa una nueva forma de comunicar, de estar presente y de conectar. No es una herramienta más. Es un prototipo con propósito. Una forma de explorar nuevos lenguajes, nuevas narrativas y nuevas formas de relación que van más allá del formato tradicional.
En un momento en que la inteligencia artificial ya no es promesa, sino presente, comenzamos a convivir con lo que podríamos llamar una nueva fuerza de trabajo aumentada: sistemas inteligentes que colaboran con nosotros, no solo para automatizar tareas, sino para expandir nuestras capacidades profesionales.
Esta transformación tiene un nombre: agentes de IA.
Los agentes no son simples asistentes. Son entidades digitales capaces de actuar con cierto grado de autonomía para llevar a cabo funciones específicas dentro de un ecosistema. En el ámbito jurídico, pueden encargarse de tareas como análisis documental, redacción preliminar de cláusulas, elaboración de informes, seguimiento normativo o gestión de workflows. Algunos son generalistas; otros, profundamente especializados. Y lo más relevante: están empezando a integrarse como una pieza más en nuestros equipos.
Esta realidad transforma el rol de las personas. Y también desafía nuestra forma de innovar.
El verdadero reto no está en la potencia del agente, sino en la calidad del diseño de su interacción con nosotros. ¿Qué tareas le entregamos? ¿Qué decisiones dejamos que sugiera o tome? ¿Cómo supervisamos su desempeño? ¿Cómo garantizamos que su uso respeta los valores fundamentales del Derecho?
Este avatar no surge para sustituir nada. Surge para explorar. Explorar cómo podemos combinar lo humano y lo digital sin diluir el valor que cada parte aporta. Su propósito no es estar en todas partes, sino abrir un nuevo canal de conexión que funcione incluso en contextos donde la presencia física no es posible, pero la comunicación clara, coherente y cercana sigue siendo esencial.
Todo ello parte de una metodología concreta: Design Thinking.
No lanzamos un vídeo. Diseñamos una experiencia. Partimos de una necesidad real, empatizamos con quienes están al otro lado, definimos el reto —¿cómo comunicar sin deshumanizar?— y prototipamos una solución sencilla, funcional y con alma.
Porque innovar no es usar más tecnología. Es usarla mejor. Y eso implica tener criterio, sentido ético y visión de impacto.
Hoy ya no basta con preguntarnos qué puede hacer la IA. Ahora debemos preguntarnos qué debe hacer… Y, sobre todo, qué queremos seguir haciendo solo las personas: escuchar, acompañar, traducir complejidad en claridad, generar confianza.
La inteligencia artificial no viene a ocupar nuestro lugar. Pero sí nos obliga a redefinirlo. Y eso exige propósito.
Este proyecto representa una forma de anticiparse, de probar, de construir con intención. No busca perfección, sino utilidad. No pretende impresionar, sino facilitar. No sustituye la voz humana; la amplifica.
Por eso, en esta nueva convivencia entre profesionales y agentes inteligentes, lo que marcará la diferencia no será solo la tecnología que usemos, sino la visión con la que la integremos. Una visión que no se limite a lo que es posible, sino que se base en lo que es necesario, justo y útil.
Porque al final, lo que transforma no es la herramienta. Es la forma en que decidimos usarla. Y el para qué.