12 mayo 2025

Adaptarse, aprender, crecer

 Manuel Fernández Condearena Por Manuel Fernández Condearena

Hace unos días paseaba cerca de mi casa con uno de mis hijos, que me señaló un árbol muy curioso con el tronco en forma de “S” y me dijo: “mira, un árbol deforme”. Como me encantan los árboles ya lo conocía, es un ejemplar muy especial de araucaria excelsa o pino de Norfolk, y le maticé: “a mí me parece espléndido, está plantado en mal lugar, a la sombra, muy cerca de un edificio… y ha conseguido llegar al centro del hueco entre las dos casas, ¡se ha adaptado y ha sacado el máximo de la situación!” La primera vez que lo vi me pareció que ese árbol es una alegoría de la vida misma, y también de nuestra profesión de juristas.

La vida, como nuestra profesión, siempre han tenido sus retos, algunos enormes. Pero da la impresión de que la profesión está sometida cada vez a cambios más radicales y más rápidos, y que la tendencia no hace sino incrementarse. Durante muchísimos años la forma de ejercer no ha variado de forma significativa: mujeres y hombres con sólida formación y conocimientos jurídicos, que han aprendido y ejercen un oficio de servicio a los demás para acercar el derecho a cada cliente y ayudarle a solucionar sus problemas. En cambio, en los últimos veinte años los cambios se suceden cada vez con mayor rapidez, hasta llegar a un momento actual en el que realmente parece que la forma de ejercer está en ebullición, y que estamos ante un reto de transformación tecnológica del que no sabemos cómo saldrá la abogacía.

Parece que la clave está en cómo afrontamos esos retos: si lo hacemos con entereza, la cabeza fría y voluntad de poner los medios adecuados, pueden convertirse en una oportunidad única de crecer, de reinventarnos, de saltar al siguiente nivel…
Nuestra profesión ha cambiado mucho. Se ha vuelto más rica, más dinámica, más exigente… y también más inestable. Ya no es tan frecuente desarrollar toda una carrera en una única especialidad, en una única firma. La movilidad es mayor, y la flexibilidad y la capacidad de aprendizaje se han vuelto competencias imprescindibles. Las nuevas generaciones lo tienen claro: cambiar de proyecto o de dirección no es sinónimo de fracaso, sino un paso más en el desarrollo profesional.

En este contexto han surgido oportunidades antes impensables. Hoy encontramos perfiles jurídicos que han cambiado de rumbo varias veces, que combinan saberes de distintas especialidades, un profundo conocimiento jurídico con una enorme especialización sectorial, que ocupan roles críticos más allá del asesoramiento legal: responsables de innovación, expertos en gestión de proyectos, en procesos, líderes de transformación en sus organizaciones, expertos en tecnología. Respuestas todas ellas a los retos que se plantean en la carrera y en las organizaciones, de los que nacen oportunidades para reinventarse y aportar valor de forma inusitada.

Esa versatilidad y capacidad de adaptación son claves para afrontar el último y más relevante de los retos: la aparición de soluciones basadas en IA, que parecen desafiar muchas de nuestras prácticas tradicionales. Herramientas que redactan borradores de contratos, analizan jurisprudencia o predicen riesgos legales obligan a repensar nuestra forma de trabajar. ¿Y si la tecnología hiciera tareas que hasta ahora asociábamos exclusivamente al juicio humano? ¿Qué lugar ocupa entonces nuestra experiencia, nuestra creatividad, nuestro criterio?

No se trata de elegir entre la tradición y la tecnología, sino de entender que nuestra aportación como abogados puede y debe evolucionar. Lo que antes aportaba valor (tiempo, volumen, repetición), hoy debe transformarse en estrategia, visión, empatía y pensamiento crítico. La tecnología no nos sustituye, pero nos obliga a redefinir dónde está nuestro valor diferencial.

Adaptarse no es rendirse, es crecer en otras direcciones. Como el árbol que crece hacia la luz, también nosotros podemos encontrar nuevos caminos para desarrollarnos. Formarse en nuevas competencias, colaborar con otros perfiles, abrir la mirada… todo eso nos prepara para el futuro y nos fortalece en el presente. Siempre con unas buenas raíces que nos permitan adaptarnos y crecer sin perder el contacto con la realidad, en nuestro caso raíces en el mundo jurídico, manteniendo nuestro conocimiento y oficio de abogados… eso una máquina no sabe hacerlo.

Los retos son inevitables. También pueden ser una puerta de entrada a nuestra mejor versión. Cuando los afrontamos con decisión, pueden convertirse en el inicio de una etapa más plena y significativa. No se trata de limitarnos a resistir en un entorno cambiante, sino de quiénes podemos llegar a ser cuando elegimos crecer, aprovechando los retos y las dificultades.

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