28 enero 2025

Los informes orales deben ser ante todo buenos y a ser posible leídos

 Rafael Guerra Por Rafael Guerra

A la vista del título de este artículo, nadie podrá decir que evito el riesgo. En este caso, de ser tachado de iconoclasta.

Le pregunté al profesor de semántica al que me referí en mi entrega anterior, por qué leía sus clases. Insisto, siempre interesantísimas. Por respeto a los alumnos y a la función docente, me respondió. Y añadió, así digo lo que creo que debo decir, de la forma más sencilla, más clara y más precisa, sin emplear más tiempo del estrictamente necesario.

Estoy seguro de que, sin necesidad de leerlo, un informe forense puede transmitir ideas muy brillantes de la manera más breve posible y con una sencillez, una claridad y una precisión encomiables. Pero, en mi opinión, es más fácil de conseguir leyéndolo.

Los detractores de leer los informes nunca olvidan señalar los defectos de tal práctica.

Suelen resultar monótonos, arguyen. A lo que replico, porque se leen mal. Hace tiempo – casi no había televisión y mucho menos internet –, se llevaba el teatro leído. Era práctica docente reunir un grupo de actores-lectores e interpretar sentados todos, pongo por caso, “Historia de una escalera”, de Antonio Buero Vallejo. Ninguna de las representaciones leídas a las que asistí, me resultó monótona.

Se nota que los informes leídos lo son y tienen algo que los afea, añaden. A lo que replico, porque se leen y, sobre todo, se componen mal. Muchos locutores de radio, de los buenos, leen noticias, opiniones que no se nota que están leyendo.

En el ámbito forense, está muy mal visto que los abogados lean sus informes, aducen. Hay jueces que ponen cara de vinagre cuando se les dedica alguno así expuesto. A lo que replico, porque, en el ámbito forense, se han leído bien pocos buenos informes bien escritos para ser leídos en voz alta.

Que los abogados lean sus informes forenses padece una muy mala fama; inmerecida, en mi opinión. Y sin embargo, leerlos es algo bueno, desde el punto de vista de la retórica forense. Siempre en el supuesto de que el auditorio está formado por personas con una alta preparación técnica.

No puedo – el autoimpuesto límite para el tamaño del artículo me lo impide – comentar todas las bondades de leer los informes forenses. Destacaré sólo una. La que considero más relevante.

Leer un informe – también vale si se expone literalmente de memoria – permite controlar el tiempo de su emisión con una desviación prácticamente de segundos. Y, ya se sabe, el tiempo es muy importante en el tráfico procesal.

A cuantos me han pedido que les sugiera estrategias retóricas para hacer un buen informe oral, siempre les he recomendado, entre otras, que anuncien la duración del que vayan a exponer. Que, sin miedo, sin vergüenza, sin ningún reparo, digan: mi informe va a durar cinco, cuatro, tres minutos, o diez o veinte o treinta,  según el caso.

Que un informe dure el tiempo prometido, sólo podrá conseguirse si se lee – o si se dice literalmente de memoria –  y, por supuesto, si se ha controlado antes el que lleva leerlo.

Pero – se me redargüirá – eso se puede hacer también con un informe no leído ni recitado de memoria. Por supuesto que sí. Pero resulta más complicado. Las palabras son golosas y quien las paladea suele consumir más de las convenientes, con las desventajas que ello conlleva. Sobre todo, el dispendio de tiempo.

Pues para eso se pone el reloj delante – se me rebatirá – y, cuando llegue el tiempo anunciado, se deja de hablar. Ya. Sí. Estupendo. Pero no he visto a ningún orador no lector que generosamente haya prometido una duración para su discurso, mientras se arranca el reloj de la muñeca para colocarlo delante en la mesa, y haya cumplido su promesa. El “voy acabando” es la muletilla preferida de los oradores que lucen de reloj. A algún conferenciante he conocido que a punto estuvo de arrojarlo contra el suelo.

Leer el informe tiene otras ventajas. Se controlan mejor la dispersión, la redundancia, la organización expositiva de las ideas, el énfasis elocutivo. En fin, se gestionan mejor muchos aspectos del discurso.

Acabo. El título del artículo ha sido una provocación, lo reconozco. Rogaría que no se interpreten mis palabras como alabanza de los informes leídos y menosprecio de los no leídos. Valen ambos. Lo decisivo, se lean o no se lean, es que sean buenos.

Si se me permite, seguiré con el cante en otra ocasión.

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