Blog de Comunicación y Marketing Jurídicos
10 diciembre 2025
Por Óscar Fernández León
TWITTER @oscarleon_abog
El interrogatorio es ese momento del juicio en el que dejamos de hablar… para hacer hablar a los demás. Parece sencillo, pero probablemente es uno de los terrenos donde más se nota la diferencia entre el abogado que domina la sala y el que simplemente cumple con el trámite. Hace unas semanas hablé con un juez sobre esto, sin rodeos, con la misma pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿qué espera realmente un juez de nosotros cuando interrogamos? Me contestó con franqueza. Y lo que me dijo, lejos de justificarnos o halagarnos, nos obliga a una reflexión profunda.
Los interrogatorios que funcionan son los que van directos a los hechos controvertidos. El juez me lo dijo así de claro: “Queremos preguntas que tengan que ver con lo que está en juego en ese procedimiento”. Y, sobre todo, formuladas con claridad. Una pregunta no es un discurso con signo de interrogación al final. Es directa, concreta y comprensible.
Hay otro aspecto al que los jueces dan más importancia de lo que imaginamos: el clima. Los interrogatorios que generan tensión, incomodidad o una sensación de hostilidad colocan al testigo a la defensiva y dificultan que se exprese con claridad. En cambio, cuando el abogado transmite respeto, escucha con atención y permite que quien declara termine de responder, se obtiene más verdad que presión. Escuchar, no interrumpir y esperar antes de pasar a la siguiente pregunta es, según ellos, una forma de respeto… y también de inteligencia jurídica.
Sin tapujos, el juez habló de lo que más les desgasta de algunos interrogatorios. La reiteración de preguntas es uno de los errores más frecuentes y más molestos: repetir lo que ya se ha preguntado —por nosotros o por la contraparte— no aporta nada y transmite falta de control. También les incomodan las preguntas largas, enrevesadas o tan cargadas de introducciones que nadie sabe bien qué se está preguntando ni cuál de las cuestiones debe responder el testigo.
Otro fallo habitual es discutir con quien declara o intentar corregir la respuesta porque no coincide con nuestra tesis. Eso no solo rompe el ritmo del interrogatorio, sino que además hace perder credibilidad. Y quizá lo más grave: interrogar sin orden. Saltar de un tema a otro, olvidar elementos clave o dejar que sea el juez quien tenga que preguntar para completar lo esencial. Eso, me dijo, transmite algo peor que desconocimiento: transmite descuido.
Cuando le pregunté cuál sería, para un juez, el interrogatorio ideal, su respuesta fue muy clara: el buen interrogatorio es el que le permite ver. El que le ayuda a reconstruir los hechos a partir de lo que realmente está en discusión. Preguntas ordenadas, breves, sin respuestas implícitas ni trampas. Nada de “¿y si hubiera pasado que…?” ni de valoraciones jurídicas escondidas en la pregunta. Solo hechos, claridad y respeto.
El interrogatorio ideal no intenta lucirse. Simplemente pone luz donde hay duda y orden donde hay ruido. Eso es lo que, para un juez, lo convierte en eficaz.
Finalmente, le pedí soluciones prácticas. Su respuesta fue sorprendentemente simple: preparar. Preparar de verdad el interrogatorio. Llevar las preguntas por escrito, ordenadas conforme a los hechos controvertidos, y tachar mentalmente las que ya ha formulado la otra parte para no repetirlas. Con los peritos, no recrear su informe ni hacerles leerlo en voz alta: ya está en autos. Hay que preguntar solo lo que genera duda, contradicción o necesita una aclaración técnica.
Y añadió algo que parece menor, pero no lo es: el trato humano. Saludar, llamar por su nombre, hablarles con amabilidad. El respeto no es un gesto estético, es una herramienta para que quien declara se sienta seguro y hable con claridad. Incluso en las impugnaciones pidió algo muy básico: brevedad y claridad. Explicar en pocas palabras por qué se impugna una pregunta ayuda al juez a mantener el control del debate.
Aquella conversación me dejó pensando. Interrogamos muchas veces para convencer al contrario, para satisfacer al cliente o para cumplir con la liturgia del juicio. Pero lo cierto es que el verdadero destinatario de nuestras preguntas es el juez.
El juez me dijo una frase que no se me olvida: “Un buen interrogatorio no se nota; simplemente deja que los hechos aparezcan”. No busca brillar, sino aclarar. No se mide por el número de preguntas, sino por su utilidad. Quizá ahí esté el reto: preguntar menos, preguntar mejor y, sobre todo, escuchar más.
Si asumimos esto con humildad, el interrogatorio dejará de ser un combate y volverá a ser lo que debería: una herramienta para acercarnos a la verdad.