
Blog de Comunicación y Marketing Jurídicos
13 mayo 2025
Por Berta Santos
Cada vez son más los abogados y abogadas que deciden emprender el camino de fundar su propio despacho. Muchos de ellos, no únicamente abogados jóvenes, lo hacen con la ilusión de desarrollar un proyecto propio que les permita alcanzar mayor flexibilidad, autonomía y desarrollo profesional. Este deseo de independencia suele estar motivado ante la falta de respuesta de las firmes tradicionales, para lo que demandan las nuevas generaciones y abogad@s con trayectorias muy sólidas, que necesitan crecer y desplegar todo su potencial.
Sin embargo, fundar un despacho de abogados no es tarea sencilla. No se trata de una cuestión de suerte, o de contactos, sino de mentalidad, preparación y estrategia. Fundar una firma implica mucho más que ejercer la abogacía por cuenta propia. Significa asumir el rol de abogado emprendedor, una figura que requiere competencias distintas a las puramente jurídicas.
Ser autónomo no equivale necesariamente a ser emprendedor. Emprender en el ámbito jurídico requiere una mentalidad determinada, que no siempre se adquiere automáticamente, y que está fuertemente influenciada por la formación, el entorno familiar, y social, además de la cultura del propio sector legal, con una tradicional aversión al cambio.
Desde mi experiencia como coach jurídico, he podido comprobar que las transiciones profesionales son complejas y no se dan de manera automática. Muchos profesionales se ven empujados a emprender de forma forzosa —por falta de oportunidades laborales o por agotamiento de sus trayectorias anteriores— sin haberse preparado adecuadamente para esa nueva etapa. En muchos casos, se inicia el camino sin haber desarrollado las habilidades necesarias, ni haber trabajado la mentalidad que permite sostener un proyecto jurídico propio de forma estable.
En mi opinión, hay cuatro claves que considero esenciales para desarrollar una mentalidad emprendedora en la abogacía:
-La gestión del riesgo
Emprender implica asumir riesgos, y, para muchos abogad@s esto representa un obstáculo considerable. Ejercer en un despacho como trabajador implica la certeza de un sueldo mensual fijo al mes y la incertidumbre está relativamente controlada. Enfrentarse a la incertidumbre que implica desarrollar un proyecto propio puede resultar desestabilizador.
Sin embargo, el riesgo no debe entenderse como enemigo, sino como elemento inherente al proceso de evolución profesional. Gestionarlo estratégicamente implica comprenderlo, acotarlo y asumirlo con visión a largo plazo. Para ello, resulta fundamental desarrollar la capacidad de tomar decisiones sin contar con todas las garantías, aceptando que la incertidumbre y la valentía forma parte del camino.
-La gestión de la supervivencia
Una de las etapas más delicadas en la creación del despacho es la de supervivencia. Muchos abogados y abogadas, ante la presión por generar ingresos, caen en prácticas que ponen en riesgo la sostenibilidad del proyecto: tarifas por debajo del mercado, jornadas excesivas, baja valoración del propio trabajo o nula planificación financiera.
Gestionar la supervivencia implica adoptar una mirada realista, basada en los recursos disponibles y en decisiones estratégicas que aseguren la continuidad del despacho sin comprometer su futuro. Esta etapa exige austeridad, priorización, y claridad en la propuesta de valor. El objetivo no es crecer de inmediato, sino construir una base firme desde la cual hacerlo más adelante.
-La mentalidad de riqueza
Más allá de los conocimientos técnicos en gestión financiera es fundamental trabajar la relación personal con el dinero. El valor que damos a nuestro trabajo está directamente relacionado con nuestra percepción del dinero, y esta, a su vez, influye en cómo cobramos, cuánto cobramos y cómo negociamos.
Desarrollar una mentalidad de riqueza implica superar miedos, creencias limitantes y tabúes sobre el dinero. En la abogacía existe una vocación de servicio muy fuerte que, en algunos casos se vincula a la contención económica. Para ello, es clave, especialmente en despachos pequeños construir una cultura profesional que reconozca el valor del conocimiento jurídico y que permita fijar honorarios dignos, sostenibles y alineados con el mercado.
-La inteligencia estratégica
La inteligencia estratégica es la capacidad de observar, analizar y anticipar tanto el entorno externo como los recursos internos del despacho, para tomar decisiones que permitan crecer con visión de futuro. Esta competencia, esencial en cualquier emprendimiento, implica:
• Leer el mercado legal: identificar tendencias, cambios normativos, nuevas demandas de los clientes y movimientos de la competencia.
• Evaluar con objetividad los propios recursos: formación, red de contactos, tiempo, capacidad de inversión, etc.
• Detectar oportunidades y amenazas reales: no dejarse llevar por intuiciones vagas, sino basarse en datos concretos y análisis riguroso.
• Definir una estrategia clara y flexible: establecer objetivos alcanzables, pero con capacidad de adaptación.
• Equilibrar lo urgente con lo importante: no perder de vista el largo plazo, aunque las presiones del día a día sean intensas.
En definitiva, la inteligencia estratégica no es solo pensar “en grande”, sino pensar con foco, conciencia y contexto. Es saber qué decisiones tomar hoy para no comprometer la viabilidad del despacho mañana. En los primeros años de un despacho, esta capacidad es tan importante como los conocimientos técnicos.
En consecuencia, el paso de trabajar en un despacho a liderar un proyecto jurídico propio es, sin duda, un acto de transformación profesional. Para tener éxito en este proceso, no basta con dominar la parte técnica; es necesario cultivar una mentalidad emprendedora, prepararse con herramientas de gestión y rodearse del apoyo adecuado.
Emprender en la abogacía no es solo abrir un despacho: es abrir un camino propio, con visión, con propósito y con inteligencia, siendo muy consciente que las trayectorias y los negocios no son estables, sino que están en permanente cambio y movimiento.