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02 diciembre 2025
Por Berta Santos
Uno de los fenómenos que más estoy observando en los últimos tiempos —y que aparece de forma recurrente en estudiantes de Derecho, abogad@s junior, senior e incluso en socios de despacho— es la sensación persistente de no ser lo suficientemente buenos, de creer que han llegado “demasiado lejos” por suerte o de temer que, en cualquier momento, alguien descubra que no están a la altura. Esta vivencia tiene un nombre: síndrome del impostor y genera en l@s abogad@s mucho sufrimiento.
El síndrome del impostor es la incapacidad de aceptar los logros propios, acompañada de la creencia persistente de no merecerlos. L@s abogad@s que lo experimentan atribuyen su éxito a la suerte, a circunstancias externas o al esfuerzo excesivo y viven con el miedo constante de ser descubiertas como un fraude.
Este síndrome en la abogacía es un fenómeno cada vez más reconocido entre abogados de todas las especialidades y niveles de experiencia. Aunque a menudo se asocia a profesionales jóvenes, afecta también a abogados consolidados que, a pesar de sus méritos y trayectoria, sienten que no están a la altura.
El ejercicio de la abogacía reúne muchos de los factores que favorecen su aparición:
-Exigencia extrema
En derecho, el margen de error es pequeño. Esta presión constante crea inseguridad incluso en profesionales muy preparados.
-Comparación continua
La cultura y la exigencia de la profesión —horas facturadas, resultados, prestigio, rakings— conlleva que muchos abogados midan su valía en relación con los demás y no con ellos mismos.
-Perfeccionismo jurídico
Muchos abogados sienten que deben saberlo todo y hacerlo todo perfectamente y que únicamente con esa perfección podrán llegar a convertirse en profesionales exitosos. Esta expectativa irreal alimenta la sensación de no ser suficiente.
-Estructuras jerárquicas y carreras profesionales rígidas
Las carreras de abogacía se desarrollan en entornos donde se valora la seniority y la autoridad, lo que puede generar inseguridad en quienes están en fases iniciales o de transición profesional. Asimismo, la identidad del abogad@ está muy unida a su carrera profesional, y en medio de las crisis profesionales la imagen de uno mismo puede llegar a tambalearse.
¿Cuáles son las señales del síndrome del impostor en la abogacía?
• Relativizar los logros y no darles la importancia de lo que son.
• Dudar continuamente de la propia capacidad técnico-jurídica.
• Dificultades para recibir elogios o reconocimientos de otras personas.
• Temor a ser descubierto, y que los demás vean “la verdad” de las propias competencias.
• Autoexigencia excesiva en el día a día de la profesión.
• Sentir miedo o evitar nuevos retos por miedo a fallar.
• Preocupación constante sobre no estar lo suficientemente preparado, aún con muchos años de experiencia y tendencia a la sobre formación.
El síndrome del impostor no es solo una sensación incómoda: tiene efectos concretos en el desarrollo profesional del abogado.
– Paralización ante los retos
Muchos abogados evitan proyectos, ascensos o decisiones importantes por miedo a no estar listos.
– Procrastinación y perfeccionismo crónico
El miedo a cometer errores lleva a revisar documentos una y otra vez, trabajando más de lo necesario.
– Estrés y desgaste emocional
El esfuerzo por parecer siempre seguro, competente y perfecto termina agotando.
– Limitación del crecimiento profesional
Algunos abogados renuncian a oportunidades, no se presentan a promociones o no emprenden por miedo a no ser suficientes.
La superación del síndrome del impostor no pasa tanto por eliminar la duda, sino por cambiar la forma de interpretación de los propios logros y capacidades profesionales, así como:
-Reconocer lo que ocurre
Ponerle nombre reduce su fuerza. No es un fallo personal; es un fenómeno común en el ámbito jurídico.
-Registrar los logros reales
Guardar sentencias favorables, hitos, feedback positivo de clientes y compañeros. Es una forma objetiva de validar el propio valor profesional.
-Romper con el perfeccionismo
Sustituye el ideal del “perfeccionismo” por el de ser “excelente y humano”. La excelencia no es ausencia de error.
-Buscar apoyo profesional si es necesario
Compartir sensaciones normaliza la experiencia y proporcionar nuevas perspectivas.
El síndrome del impostor afecta a muchos abogados que, aun teniendo talento y capacidad, viven atrapados en la duda. Trabajar esa creencia no siempre resulta sencillo. Sin embargo, cuando somos capaces de reconocernos con honestidad y de afrontar quiénes somos realmente, nos liberamos de dudas e imágenes externas que limitan nuestro desarrollo profesional.
Comprendemos entonces que la abogacía no se sostiene en una autoimagen perfecta, sino en una vocación de servicio: en acompañar, defender y orientar a las personas que confían en nosotros. Son ellos, nuestros clientes, quienes deben ocupar el centro de la profesión y nuestros pensamientos, quienes, con su confianza, nos recuerdan el verdadero propósito de nuestro ejercicio profesional.