
Blog de Comunicación y Marketing Jurídicos
29 mayo 2018
Por Óscar León
TWITTER @oscarleon_abog
Cuando el cliente nos encarga su defensa en un procedimiento judicial, podríamos distinguir dos fases desde la perspectiva de cómo este percibe nuestros servicios: una primera, circunscrita a la actividad de la preparación del juicio, y otra, centrada en nuestra intervención en sala. Durante la primera fase se producirán llamadas telefónicas, reuniones puntuales dedicadas a recopilar información y, en suma, gestiones dirigidas a la preparación de los actos procesales entre el cliente y el abogado; en la segunda, el cliente tendrá la ocasión de observarnos durante nuestra intervención en juicio.
Durante esta interacción, y debido a la intangibilidad de nuestros servicios, el cliente desconocerá en qué consisten los mismos, viéndose imposibilitado para evaluarlos debidamente, situación que motivará que el cliente evalúe aquellos sólo aspectos del servicio que sí percibir y que se producen paralelamente al despliegue de las habilidades del abogado. Nos referimos con ello a todo el conjunto de aspectos vinculados a la forma en la que prestamos nuestro servicio y no al servicio en sí mismo (información, capacidad de escucha, capacidad de respuesta, disponibilidad, profesionalidad, interés por el cliente, instalaciones acogedoras, trato del personal, etc.).
De todo lo anterior se concluye que el abogado no puede limitarse a estudiar el asunto y a resolverlo aplicando la mejor técnica posible, sino que deberá igualmente gestionar adecuadamente el servicio y la relación con el cliente, lo que permitirá a éste evaluarlo, generándose así el valor y confianza necesarios.
Partiendo de la anterior reflexión, será durante el acto del juicio oral cuando el cliente pueda observar y percibir con más tiempo y libertad ese despliegue de habilidades, verdadera tangibilizacion de nuestro servicio que, dicho sea de paso, constituye para la creencia popular la vara de medir de lo que se considera un buen o mal abogado. Y es precisamente durante la fase de intervención en sala cuando se producen la mayoría de las situaciones que, debido a una falta de información al cliente, derivan en una percepción negativa de nuestros servicios. Para colmo, muchas de estas situaciones son intrascendentes para la defensa, pero para el cliente estarán revestidas de notable importancia.
Por ello, a continuación, vamos a examinar algunos (no todos) de estos escenarios a fin de que podamos actuar preventivamente sobre los mismos, y evitemos así su perniciosa influencia sobre la meritada percepción.
Como podemos observar, estas situaciones, que son solo algunas de las muchas que hemos de prevenir, deben ser contempladas en un proceso “didáctico procesal” en el serán explicadas al cliente antes de la celebración del juicio.
En la medida que actuemos siguiendo estas sencillas reglas, alcanzaremos dos objetivos nada desdeñables: por un lado, el cliente podrá apreciar nuestra intervención libre de situaciones que enturbien la misma; por otro, para nosotros, el juicio se desarrollará con la máxima fluidez, permitiéndonos ocuparnos, sin incidencias, de lo único que realmente importa: la defensa de nuestro cliente.
Óscar León
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