03 noviembre 2015

Cuando el silencio del abogado vale más que mil palabras

José Ramón Chaves  Por José Ramón Chaves
TWITTER @kontencioso

La imagen de un juicio evoca el fragor de la batalla de ideas. Partes con intereses enfrentados y abogados defendiendo con ardor su posición, mientras testigos y peritos alzan su voz ante un juez impasible. Se trata del “ruido de abogados” evocado por nuestro cantautor mas universal, hasta el punto de que el imaginario popular considera que el letrado es lenguaraz, un mago de la palabrería y capaz de decir lo que no siente sin ruborizarse. Al fin y al cabo, la profesión tiene un tinte mercenario amparado por el derecho del inculpado o quejoso a servirse de abogado para luchar por su derecho. Y los mercenarios luchan por su señor y desean que su señor compruebe su lealtad exhibiéndose en la contienda.

Pero el silencio también ayuda, aunque tiene distinto juego según los operadores jurídicos. La Administración a través de sus autoridades puede dar la callada por respuesta y entra en juego el silencio administrativo positivo o negativo. En cambio, el juez podrá ser la “boca muda de la Ley” como pautaba Montesquieu pero debiendo hablar en la sentencia pues la prohibición de una sentencia de “non liquet”- no está claro- se establece en la Ley Orgánica del Poder Judicial.

En cambio, para los abogados el silencio puede y debe ser una buena estrategia. La palabra no agota el lenguaje del abogado. Cuentan los gestos en las vistas orales. La mirada, según sea complaciente, discrepante o incluso enojada; la posición en estrados, derecha o desmayada; el movimiento, nervioso o calmoso; todo suma y todo se interpreta por el juez y el contrario.

También los silencios ayudan. Y hay muchas ocasiones y tipos de mutismo jurídico, mas allá de la obligada confidencialidad, por respeto al cliente y para asegurar la discreción en la estrategia. Veamos algunos.

El silencio ante el cliente en la primera entrevista en el despacho, para dejarle que exponga por completo su versión, sin interrupciones y sin abalanzarse a dictaminar que el pleito está ganado o perdido. Se impone en el abogado el temple silencioso, incluso mostrando suficiencia para reservarse el estudio solitario y sosegada posteriormente.

El silencio en las negociaciones con los contrarios es utilísimo, como lo es administrar las pausas para provocar movimientos del contrario.

El silencio en la vista oral ante el inflamado discurso del abogado contrario acompañado de un gesto de esfinge y que alerta de su intención de reservarse la última palabra y un as en la manga para el jaque mate final.

El silencio al contestar a una demanda ( eso que se llama “oposición formal”) para mostrar una derrota honrosa y evitar las costas procesales sin ofrecer el triste espectáculo de “sostenella y no enmendalla”.

El silencio prudente rehusando preguntar más al perito o testigo cuando toma unos derroteros perjudiciales a su posición.

Y como no, el silencio ante la decisión perjudicial adoptada por el juez, con autos desalmados denegando pruebas o incidentes, que se soporta no como mansedumbre sino como estrategia para no gastar cartuchos en escaramuzas menores y evitar provocar animosidad a su señoría. A veces hay que perder batallas para ganar la guerra.

También el letrado ha de administrar el silencio de autocontención, propio de los camposantos, ante la sentencia desfavorable para guardar energías en el recurso de apelación o casación, confiando en poder resucitar las tesis con éxito. Los aspavientos y las críticas al juez sirven de desahogo pero no ayudan a salir del pozo ni mucho menos al cliente.

En suma, el abogado ha de aprender a callar pues por la boca muere el pez y muchos pleitos se pierden por verter alegatos vacíos, farragosos y reiterativos que nublan el objeto del pleito. La máxima de Gracián de la brevedad impera en los alegatos y discursos jurídicos.

Muchos abogados jóvenes piensan que la llave del éxito ante el juez y a los ojos del cliente, consiste en alegar mucho, hablar rápido y decirlo todo en los escritos y en los discursos del foro. En cambio, la mayoría de los veteranos saben que un pleito puede morir de indigestión, que los jueces quieren concisión y brevedad y que los clientes quieren resultados no teatralidad con sentencias desfavorables.

José Ramón Chaves 

TWITTER: @kontencioso

Comparte: