01 septiembre 2015

Desplazados: Un drama ante el que no podemos callar

Los medios de comunicación empiezan a estar más atentos al comienzo del curso político –que va a ser muy importante- que a la gran tragedia que asola a Europa: el drama de desplazados y refugiados. La cifra alcanza el nivel máximo desde la II Guerra Mundial y se calcula que las guerras y los conflictos en lugares como Siria, especialmente, pero también en Afganistán, Eritrea, Somalia, Nigeria y otros países fuerzan el desplazamiento de cerca de 50.000 personas cada día. Sólo en Siria se calcula que hay 11,6 millones de desplazados que han tenido que huir de sus hogares, de los cuales 4 millones son refugiados acogidos en alguno de los países vecinos (Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto) y muchos de ellos están llegando a Europa por las fronteras de Eslovenia, Serbia o Hungría, preferentemente. Los refugiados se hacinan en campamentos montados por Naciones Unidas a través de ACNUR en medio de la nada, los gobiernos se ven impotentes para afrontar este problema y la Unión Europea todavía no ha reaccionado suficientemente ante lo que no sólo es un problema político de primera magnitud, sino, sobre todo, una tragedia, un drama humanitario, tal vez el más grande de los últimos setenta años.

Muchos de ellos son familias enteras, formadas por profesionales con una confortable situación económica en sus países que huyen de la persecución, de la tortura o de una muerte segura. Sólo en Siria, 5,6 millones de niños -datos de Unicef- viven en situaciones extremas de pobreza, desplazamiento y estado de sitio. Esa situación ha dado lugar, además, a un tráfico de mafias que cobran sumas increíbles a estas personas por traerlas a Europa. Como dice Juan José Aguirre, Premio Derechos Humanos de la Abogacía 2015, “se juegan la vida a una carta. Y la de su familia. Es la esclavitud de la fortuna”.

Aguirre denuncia también que para subirse en una patera, “muchas africanas han debido ser esclavas sexuales de los traficantes”. Y que luego empieza otra carrera por la vida: la de quedarse fuera de las zonas calientes, la de encontrar un sitio para vivir en paz, la de los papeles, la de buscar un medio para llegar a los países más desarrollados de Europa.

Las imágenes que han transmitido los medios de comunicación deberían conmover nuestras conciencias. El espectáculo de ese camión aparcado en la cuneta con una macabra carga de más de 80 cadáveres de inmigrantes muertos por asfixia, las imágenes de los miles de muertos en 2015 en el Mediterráneo o las de los inmigrantes jugándose la vida en el Eurotúnel entre Francia e Inglaterra indican la degradación de una sociedad. La pelea entre los países europeos para rechazar acoger pequeños cupos de personas es otra terrible muestra de lo mismo. Parece que nos hemos olvidado de otros tiempos y de lo que es la solidaridad. Los derechos humanos no se negocian, se protegen. España –que está ignorando el problema y que tienen muchos puntos negativos en el tratamiento del mismo cuando le afecta directamente- gasta 32 veces más en control fronterizo que en ayuda a refugiados. Amnistía Internacional ha dicho que “en los límites de la Unión Europea peligra la vida, la seguridad y el derecho al asilo”. Es una situación de emergencia que exige respuestas de emergencia por parte de todos los Gobiernos. En Europa, claro, pero, sobre todo en los países de origen de los refugiados. Respuestas para acabar con la guerra y para dar una esperanza de vida a sus ciudadanos.

Como termina Juan José Aguirre, “el silencio nos hace cómplices” y corremos el riesgo de que “el mayor asesino en serie en nuestro planeta no sea la pobreza, sino la indiferencia”.

El curso político que se inicia ahora es importante porque hay retos determinantes para el futuro de España. Pero el drama de la inmigración afecta a nuestro presente y a nuestra conciencia como seres humanos. También a nuestro concepto de Europa, que está sufriendo un serio deterioro por cómo está afrontando este problema, dilatando las soluciones y negando las evidencias. Si no lo resolvemos con determinación y cumpliendo nuestros compromisos –organizando una cumbre urgente y con capacidad de tomar medidas efectivas en Europa y en los países de origen, aprobando inmediatamente los cupos de acogida, estableciendo un corredor humanitario – respeto a los derechos humanos y solidaridad , -actuando como colectivos o de forma individual, todo vale, todo suma, todo es importante…-, no podremos mirarnos al espejo.

 

 

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