10 diciembre 2025
Carmen Díaz: “Un niño no nace perdido, lo perdemos cuando dejamos de mirarlo”
Fundadora y presidenta de Madres Unidas contra la Droga, esta extremeña lleva más de 40 años al frente de un movimiento surgido del dolor de cientos de madres que, a finales de los 70 y principios de los 80, vieron cómo la heroína arrasaba la vida de sus hijos y cómo la indiferencia institucional condenaba a la juventud de los barrios obreros de Madrid.
Junto a otras mujeres, convirtió la desesperación en protesta, alzando la voz contra la violencia policial y el abandono de los más jóvenes. Hoy continúa tendiendo la mano a la infancia, a personas migrantes y a familias con escasos recursos. La defensa de la niñez y de la dignidad humana ha sido —y sigue siendo— el eje absoluto de toda su vida. Por eso, la Abogacía le ha otorgado este año el Premio Derechos Humanos “Nacho de la Mata”.
¿Hubo un momento que marcara su decisión de luchar por los derechos humanos?
Mi infancia determinó mi camino. Crecí en una chabola, sin acceso real a la educación y trabajando desde niña. A los 13 años, tras ser rechazada en un empleo por mis manos quemadas, entendí que debía conocer mis derechos para defenderme en la vida. También sufrí abusos y, ya de adulta, me robaron mi bebé. Empecé mi activismo en la asociación vecinal por el derecho a la vivienda y luego llegué a Entrevías, donde el cura Enrique de Castro reunió a madres que sufrían la devastación de la heroína. Al ver tanta vergüenza y dolor, supe que mi sitio estaba allí.
¿Cómo surgió Madres contra la Droga?
Junto a otras madres, la fundamos denunciando la criminalización, acompañando a los jóvenes dentro y fuera de la cárcel y ofreciendo espacios de acogida donde pasar el mono o reconstruir sus vidas. Desde entonces, nuestro activismo no ha cesado.
Mirando a los años 70 y 80, ¿qué se aprendió y qué seguimos sin querer ver?
Conseguimos avances esenciales: el Plan Nacional y el Municipal de Drogas y el reconocimiento de la Organización Mundial de la Salud de que los drogodependientes eran enfermos, no delincuentes. Pero hoy gran parte de esos logros se han perdido: las políticas se privatizaron, las asociaciones comunitarias tienen cada vez menos acceso a recursos y la prevención basada en educación y apoyo social se ha debilitado. La lucha que en su día construimos está retrocediendo y muchas decisiones siguen dejando fuera a quienes más lo necesitan.
¿Qué efecto tuvo la heroína en esas generaciones?
La droga no solo dañaba a los cuerpos, también a las ideas. La heroína funcionó como herramienta para silenciar a toda una generación, que fue, en muchos sentidos, “una generación muerta”.
¿Cómo evitar que los jóvenes caigan en la droga?
Que escuchen a quienes ya han luchado y aprendido de la historia. La prevención de adicciones y la defensa de los derechos humanos comienza con educación, acompañamiento y cercanía. La verdadera prevención empieza en la infancia. Los jóvenes deben mirar atrás para no repetir los errores y aprender que cada acción cuenta para proteger la dignidad.
Ha combinado la protesta social con la acogida directa de familias y jóvenes en riesgo
Acoger a niños me transformó. Crie a un bebé de ocho meses y a un niño de dos años, que se convirtieron en mis hijos. Con ellos aprendí a “perder el tiempo”, a jugar, abrazar, disfrutar… algo que con mis propios hijos mayores, debido a la pobreza, no había podido hacer. La experiencia demuestra que el cuidado comunitario puede sanar, proteger y reconstruir vidas mucho más que los modelos institucionales tradicionales.
¿Qué impacto tiene el ingreso en centros de acogida en la vida emocional de los niños?
Un niño no nace perdido, lo perdemos cuando dejamos de mirarlo. Cuando un niño es institucionalizado sin afecto, sin un seguimiento genuino y sin oportunidad de salir del sistema, se le arrebata algo esencial. Muchos pequeños en centros de acogida parecen robots al reencontrarse con sus madres, a quienes con frecuencia se les niegan las visitas por criterios administrativos, a pesar de ser padres y madres plenamente capaces. La desconexión emocional y la rigidez institucional son formas de abandono invisibles que dejan huellas profundas en la infancia.
Ha denunciado la retirada de tutelas a familias vulnerables. ¿Qué cambios urgentes necesita el sistema?
El Estado paga miles de euros por cada niño tutelado, pero gran parte de ese dinero no llega a fortalecer a las familias. Si se invirtiera en apoyos económicos, acompañamiento y espacios comunitarios para mujeres y familias vulnerables, muchas intervenciones traumáticas podrían evitarse. La cercanía, la escucha y el empoderamiento son esenciales para que el sistema no revictimice a quienes debería proteger.
¿Seguirá trabajando mientras pueda?
Sí. Abrimos “La Casa de las Mujeres”, con tres viviendas de acogida. Las madres fundadoras somos mayores y no ha habido relevo generacional suficiente, pero el trabajo sigue: violencia vicaria, familiar e institucional, acogida de niñas y niños, acompañamiento de familias. Mientras tengamos fuerzas, la lucha continúa. La defensa de la infancia y la dignidad humana no se detiene.






