17 noviembre 2015

Frente a la barbarie, seguridad y libertad

Conmocionados por los terribles atentados de París, manifestado nuestro apoyo y solidaridad a las autoridades francesas, a su Embajada en España, al Consejo de Colegios de Abogados de Francia (CNB) y al Colegio de Abogados de París, entre el dolor, la rabia y la incomprensión se abre paso, como siempre que la sinrazón nihilista del terrorismo golpea las sociedades democráticas, el permanente debate entre seguridad y libertad. Casi siempre que esto se plantea, los ciudadanos perdemos libertad aunque no siempre ganamos en seguridad.

El Gobierno francés, apoyado por el resto de fuerzas políticas, ha tomado decisiones drásticas cuando las víctimas de la masacre ni siquiera han recibido sepultura. En esa rápida acción-reacción se proponen algunas medidas que no dejan de producir cierta inquietud.

Hace años ya, desgraciadamente, que nos enfrentamos a nuevos problemas de seguridad generados por la presencia de hechos violentos que, persistentemente golpean al ciudadano y a las instituciones. La violencia terrorista, la delincuencia organizada, la violencia racista y xenófoba, la delincuencia juvenil, el tráfico de drogas, la violencia contra la mujer y los niños, la violencia sexual, las sectas destructivas, el flujo clandestino y la explotación ilegal de inmigrantes, la explotación sexual, el tráfico de sustancias nucleares o radiactivas o contaminantes son parte de la negra lista de atrocidades que amenazan la pacífica convivencia de nuestra sociedad, y que representan ciertamente un considerable déficit de seguridad.

Las bien ganadas libertades se encuentran en evidente riesgo por el pertinaz empeño de los criminales en alcanzar sus inhumanos objetivos, pero también por una preocupante corriente social que ha llegado a creer que la inseguridad descansa en el ejercicio de las libertades.

El crimen ha ganado en parte la batalla. Ha conseguido instaurar el miedo, el terror. Y por miedo, los seres humanos a veces abandonan la razón. Quienes nos dedicamos al mundo del Derecho sabemos bien que nuestras leyes contemplan el miedo como una de las circunstancias modificativas de la voluntad, que llega incluso a anularla, y que llega a producir irresponsabilidad.

Lo que caracteriza y legitima al Estado de Derecho – ese Estado de Derecho que el fundamentalismo terrorista pretende aniquilar- es el imperio de las leyes que conforman el sistema democrático y la absoluta protección de los derechos y libertades de las personas.

Entre los derechos fundamentales reconocidos por nuestra Constitución, por la Declaración Universal de Derechos Humanos, por el Pacto sobre derechos civiles y políticos, en el Convenio Europeo, y demás normas internacionales, figuran el de la libertad y el de la seguridad, en plano de igualdad, como complementarias, en ningún caso antagónicas o antinómicas.

El ejercicio de las libertades se pone en riesgo si no se garantiza la seguridad, pero ésta no sirve más que al ejercicio de las libertades. La seguridad es lo contrario de la arbitrariedad y ésta se produce con la restricción unilateral de libertades.

La seguridad debe fundarse y promocionarse mediante valores democráticos como la solidaridad, la ciudadanía, el pluralismo, la proximidad, la prevención, la justicia, con métodos actualizados eficaces.

La seguridad es competencia de todos, de cada uno de los ciudadanos, de la sociedad y de las instituciones. Debe desarrollarse un eficaz sistema preventivo de políticas de seguridad, acercándonos a las causas de la inseguridad. A todas. A sus raíces económicas, sociales y culturales. Articular, además, instrumentos eficaces en todos los niveles del Estado.

Pero igualmente importante es ahuyentar el discurso xenófobo y monolítico que ve en el diferente, en el refugiado, un presunto terrorista, sin entender que son seres humanos que intentan escapar del mismo horror que a nosotros nos ha golpeado. Como ha dicho el presidente Hollande, no se trata de una guerra de civilizaciones porque los asesinos no representan a ninguna, sino a la barbarie. Las primeras víctimas son sus conciudadanos, los que viven en los países de origen del terrorismo, donde asesinan sin piedad y destruyen todo lo que representa civilización, cultura, tolerancia, humanidad. Por eso huyen los refugiados, por eso buscan asilo entre nosotros.

Sólo se está seguro en la trinchera de los derechos fundamentales. Sólo genera seguridad el Estado que garantiza la intangibilidad de las libertades.

Contra el terror hay que luchar con todas las armas de la democracia y del Estado de Derecho, pero ninguna más. Con toda la fuerza de la ley, pero sin saltarse la ley. No vale todo. Hoy más que nunca se impone la reflexión. La persecución del crimen debe afectar exclusivamente a los criminales, no a los inocentes. Y además debe conseguirse sin la abolición de ningún derecho fundamental. Si nosotros mismos desmontamos el Estado de Derecho, los violentos habrán alcanzado su paraíso.

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