Imagen de perfilUtopía.

Javier López Vaquero 

Repasando manuscritos, leyes, normas, sentí una ilusión que creía desterrada. Todo comenzó el día de la feria anual cuando Facundo, un agricultor jubilado, de boina calada y traje remendado, apareció por la puerta del despacho.
«Es un síntoma de locura» pensé al escuchar su petición. Al debatir con mis socios la propuesta, y ante su incredulidad, vi una nueva perspectiva del asunto. ¡Íbamos a litigar con los gobiernos del mundo en defensa de los derechos de la Tierra!
Los aledaños del Tribunal Internacional eran un hervidero de periodistas venidos de todos los rincones del planeta. Fueron semanas inolvidables, intensas. Los ánimos en forma de donación o de palabra nos abrumaban.
La utopía se derrumbó con la sentencia, pero mereció la pena.
Hoy treinta años después recuerdo con nostalgia aquellos tiempos convulsos. A golpe de teclado relleno la solicitud para la reubicación en Marte. No creo que tenga suerte.

 

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