Imagen de perfilORGULLO Y PREJUICIO

PILAR ALEJOS MARTINEZ 

Representar a alguien en un proceso de divorcio no es fácil, pero jamás imaginé semejante final cuando mi cliente se presentó un día en mi bufete.

Había contraído matrimonio en régimen de gananciales. Aunque su situación económica era acomodada y la de ella era muy precaria, no quiso hacerlo en separación de bienes. Estaban tan enamorados que pensó que su amor sería garantía suficiente. Tras la boda, a ella le cambió la voz y el aspecto. Dejó de ser cariñosa y su comportamiento se tornó frío y cruel. Se mostraba distante y, de manera unilateral, decidió que durmiesen en habitaciones separadas. Impuso sus propias normas hasta el extremo de convertirlas en derecho consuetudinario. Después, sustituyó la cerradura y lo dejó en la calle.

Cuando solicité el reparto correspondiente de sus bienes para que mi cliente no resultase desfavorecido, lo máximo que le pude conseguir fue un cactus y un calcetín.

 

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