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Raquel Lozano Calleja 

Otra noche en vela con la única compañía de las pajaritas de papel en fila india sobre el escritorio. La más grande, confeccionada con la factura del alquiler del despacho; la más bonita, el recibo de telefonía con llamativos colores; ordenadas minuciosamente, una serie minúscula de aves picudas vestidas con las páginas del código civil.

Al rescate de mi soliloquio nocturno habitual acuden las luces de neón del otro lado de la calle. Club, reza el cartel. Así, sin más; ni membretes solemnes ni togas ni balanzas. Club. Sólo cuatro letras y una afluencia constante de clientes que me hacen pensar en tomar la decisión de decretar el cierre de mi local. La noche no entiende de leyes.

 

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