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Mario Chaparro Yedro 

De niño le daba por caminar contando los terrazos rotos de las aceras. Deleite de la mocedad. También por leer y dar largos discursos aturullados en la intimidad. Pero, sin duda, fue después de ver esa película en blanco y negro, de tochos de expedientes judiciales y pelucas burlescas, cuando decidió que quería ser abogado. No por el atuendo, que también le impresionó, sino por cómo actuaba esa gente, cómo hablaban, por cómo se colaban por cada recoveco de la ley, como una sagaz comadreja en su madriguera. Él también quería salir de ella para jugar. Quizás por eso, uno de los momentos más felices de su vida, más que sortear ileso aquella traición amorosa, más que lucir nuevamente elegante frente al altar, es cuando obtuvo su título de Derecho. A él no se lo regalaron, lo ganó con vocación y sentido del deber. Todavía lo mira hechizado a diario.

 

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