Imagen de perfilEL TEST DE RORSCHACH

Ángel Montoro Valverde 

Antúnez tenía principios; exactamente… dos: “ande yo caliente…” y “oveja que bala, bocado que pierde”. También tenía valores. En bolsa. Sin embargo, Campoamor, socio de bufete, era puro altruismo. Fue la concurrencia de extremos el secreto de su éxito asociativo, amenazado últimamente con las excentricidades de Antúnez, como aparecer en estrados disfrazado de piruleta o -mucho peor- actualizar Java sin un informático presente. Carente de familia y amigos, fue Campoamor quien le acompañó al psiquiatra.

-¿Qué ve en esta lámina?
– Una enfiteusis.
-¿Y en ésta?
– La ley de transparencia
-¿Y ahora?
-Una hijuela
-Entonces… ¿es grave? -Preguntó Campoamor-
-¿Por qué lo dice?
-Porque yo veo lo mismo.

El doctor escribió: “Trastorno de despersonalización infectocontagioso”.

Cuando los socios hubieron marchado, el prestigioso psiquiatra se puso unas gafas tridimensionales de cartón, encajó la papelera en su cabeza y cabalgando sobre su sillón interestelar exclamó:

-¡Que la fuerza os acompañe!

 

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