To view this page ensure that Adobe Flash Player version 11.1.0 or greater is installed.

Nunca soñé con ser abogada. No estaba en mis planes, como casi todo lo Esta abogada un poco “quinqui” permanece en mí… FIRMAS CON DERECHO MARÍA ORUÑA Escritora y abogada 58 _ Abogacía Española _ Noviembre 2018 que me sucede en los últimos años. De pequeña, me hicieron un test en el colegio: de inteli- gencia, pasable. De intereses profesionales, militar. Lo primero no me preocupaba: el mun- do ya estaba por entonces repleto de inteligentes nada listos. Lo segundo me sorprendía… Yo, ¿una guerrillera? Quizás tuviesen algo de razón, porque en realidad mi único interés se centraba en un tipo concreto de periodismo. Con seis o siete años ya les decía a mis padres, sin apartar la mirada del televisor: “yo quiero hacer eso de mayor”. Y ellos, atónitos, com- probaban que no perdía ni una sílaba de lo que decían los corresponsales de guerra, disparo va, disparo viene, con fondos de pantalla bélicos, tomentosos y explosivos. Mantuve muchos años mi ilusión por el periodismo. Si hubiese existido la carrera en mi ciudad la habría estudiado, estoy segura. Por circunstancias que no vienen al caso, tenía que permanecer en Vigo, mi ciudad natal, y escoger entre su oferta universitaria, que por entonces se centraba especialmente en ciencias, de cuyas asignaturas yo escapaba desde tiempos inmemoriales. Por este motivo decidí embarcarme en la oferta universitaria que tenía más próxima, que suponía matricularme en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). No tenían periodismo, lástima. Terminé decidiéndome por Derecho, sin ningún tipo de voca- ción pero con la fantasía de especializarme o bien en derechos humanos o bien en penal, imaginándome a mí misma resolviendo casos a diestro y siniestro, mejorando el mundo y castigando a los malvados con mi inigualable oratoria en sala. Una amiga me sacaba de mis ensoñaciones: – ¿Pero lo vas a estudiar a distancia, en serio? – En serio. Así también puedo trabajar y estudiar idiomas. Por si acabo de funcionaria en la Unión Europea. – Tú estás loca. Con diecisiete años. Es como si yo me hago médico a distancia. ¿Te fiarías de pasar consulta conmigo? – Contigo no me fiaría aunque estudiases en Harvard —me reí— pero el Derecho es dife- rente, sólo es estudiar, no hay que hacer tantas prácticas. En esto me equivoqué. El derecho se aprende practicándolo, aunque lo cierto es que estu- diar a distancia, en contenido y con el plan de estudios de entonces, resultaba muy similar a la experiencia en una universidad presencial. En todo, salvo en el ambiente juvenil y universitario, en las partidas de cartas y tardes en la cafetería de la facultad que nunca tuve y esa clase de cosas. Mi primer trabajo remunerado no fue en un prestigioso despacho penalista como yo de- seaba, sino en uno que trabajaba para bancos, fundamentalmente recuperando deudas, refinanciando, reclamando. – Oiga, ¿y por qué no me dan un préstamo para pagar el que les debo? Así empezamos bien desde el principio, sin rencores. – Está usted de broma. – ¿Yo? No, no, ¡piénselo! ¿No tiene su lógica? Cuando me tocaban conversaciones como éstas pensaba, primero, que no me pagaban lo suficiente. Y segundo, que estudiar una carrera de cinco años para aquello había resultado ser una pérdida de tiempo. Sin embargo, iba aprendiendo, seguía formándome, asistía a juicios. El primero fue en Béjar, Salamanca. Era la primera vez en mi vida que entraba en un juzgado. “¡Protesto, señoría!” exclamé en un momento del juicio, creyéndome Perry Mason. El juez apenas se inmutó, acostumbrado sin duda a muchos principiantes alocados. Me sucedieron muchas anécdotas interesantes durante los tres años que trabajé para aquel despacho. – Le voy a poner a usted una vela blanca. – No mujer, no me ponga nada, no se moleste —repliqué al otro lado del teléfono, sabien- do que mi interlocutora presumía de tener ciertos poderes con fuerzas del más allá. – Es algo bueno, no se preocupe. Me ha ayudado mucho, he resuelto mis problemas con