Imagen de perfilSambenito

David Villar Cembellín 

El presbítero miró al reo: contrecho, medroso, mirada gacha, sus ademanes amables apestaban a inocencia. Pero el Tribunal del Santo Oficio sabía cómo gestionar estos casos, no se iba a dejar engañar.
—Se le acusa aquí —el inquisidor levantó un papel— de herejía.
—Tenía hambre —repuso el reo.
—Pero ¿comerse las obleas sagradas?
—Previo al milagro de la transubstanciación, son solo pan.
El presbítero levantó una ceja. ¡Caramba con el pusilánime! ¡Sabía expresarse!
—Jamás robaría del sagrario —continuó el reo—. Pero una oblea en una cocina es apenas harina y agua.
El inquisidor sopesó la respuesta. Cierto era que, sin consagrar, el pan todavía no es cuerpo de Cristo. ¿Pero si la función de ese pan fuese ser consagrado, no habría igualmente herejía? ¿No la había?
Horas después, el reo salía libre con un capirote y una cruz como capa. El sambenito le abochornaba, pero las hogueras quedaban atrás.

 

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