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Mikel Aboitiz 

Un año atrás, el matrimonio de abogados comenzó a gestionar los casos del bufete febrilmente, sin pausa. Al despacho del fondo le crecieron tentáculos: los dosieres se esparcían por la mesa del comedor; en la cocina fotocopias y resguardos empapelaban el frigorífico; una edición atrasada del Código Civil reinaba en el baño sobre un trono de papel higiénico. Buscaban la plancha entre archivadores y rescataban el tubo dentífrico de la caja del correo.
Era invierno cuando, recostados cara a la chimenea, ella miró hacia el almanaque enarcando una ceja y él, cómplice, la siguió hasta la única habitación intacta, libre de trabajo, la cara amable de la casa. A la de tres empujaron la puerta. Contemplaron los pósteres de Walt Disney, el escritorio escolar polvoriento y salieron huyendo abrazados hasta la chimenea. Allí quemaron un tomo de Derecho Sucesorio casi sin estrenar y retomaron el trabajo con mayor ahínco.

 

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