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Miguel Ángel Arana Martínez 

Los ojos amables de mi abuela me miraron cuando entré en la cocina.
«Hola, cariño. ¿Qué tal en el cole?»
«Hoy nos han hablado de las profesiones».
«¡Qué interesante! ¿Qué os han contado?»
«Pues… no sé. Algo de que tenemos que seguir nuestra vocación y gestionar nuestros intereses… La verdad es que no me he enterado de mucho.»
Ella levantó la ceja con aire de reproche.
«Eres una calamidad, como tu padre. ¿No te digo siempre que hay que prestar atención a las cosas?»
«Es que me aburría. Al final, nos dieron un papel con unas preguntas, y según las respuestas daba un oficio.»
«¿Ah, sí? ¿Y a ti qué te ha salido?»
«Abogado».
Mi abuela suspiró, se levantó de la mesa y se puso a fregar los platos mientras murmuraba algo entre dientes. Sólo entendí una frase.
«Una calamidad, como su padre».

 

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