Imagen de perfilVIVIR ESPERANDO

Eva María Cardona Guasch 

Recién colegiado, desde un modesto despacho, confiaba en que la clientela llegaría. Así fue. Lentamente, el bufete se llenó de vida. Vinieron años intensos, apurando plazos, aguardando señalamientos; soportando retrasos procesales, nervios a las puertas de la Sala. Controlaba la impaciencia ante la notificación de cada sentencia, aspirando a quedar en el bando victorioso. Pero no podía ni quería repudiar aquel desasosiego, aquella permanente tensión, para mi, vital.

La memoria ya me falla y vivo en una convalecencia permanente. Irremediablemente, me ha alcanzado la jubilación (tardía, eso sí).

El día de la despedida, los colegas me homenajean, alzan sus copas, me exhortan a intervenir. No dudo en contestar al requerimiento a modo de postrera constatación: “Ahora que lo pienso, caigo en la cuenta de que el verbo de mi vida ha sido esperar”.

“Y sólo me queda un plazo”, pienso para mis adentros para no aguar la fiesta.

 

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