Imagen de perfilSíndrome de Estocolmo

Alejandra Rusell Giráldez 

Sacar a mi clienta del psiquiátrico victoriosa no era lo más difícil de este caso. Durante su convalecencia voy a visitarla, más nerviosa de lo que esperaba. Al verme, un grito ahogado viste las paredes desnudas de la estancia. Me abraza con manos temblorosas, un mar de lágrimas se precipita hacia el abismo en el que está sumida.
De pronto, esa fragilidad se torna seguridad y me pregunta con dureza » por qué » . No se que contestar, es una pregunta dolorosa por su carácter retórico. Soy amiga del verbo empatizar pero no consigo entenderla. Cómo pudo camuflar con sonrisas y maquillaje tantos años de golpes profesados por su marido el «prestigioso juez», mi padre, al que maté para evitarle una paliza más.
Te encubriré, me espeta, porque ya nada me ata a este mundo, me quitaste lo que más quería. ¡Te voy a repudiar de por vida!

 

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