Imagen de perfilEl velocista

Asier Susaeta Diez de Baldeón 

Su reputación nos preocupaba a todos en el despacho. Habíamos oído que el nuevo fichaje del jefe era capaz de salir victorioso de cualquier juicio gracias a su verbo desbocado y réplicas de velocista y temíamos que aquel sujeto alterase nuestro ritmo natural, más próximo al de los maratonianos. Y así fue. Entró como una exhalación en la sala de reuniones, se presentó estrechando sus dos manos a la vez —sin ni siquiera darnos tiempo a contestar— y detalló su exitosa trayectoria en un santiamén. También comprobamos con qué rapidez te hacía repudiar cada célula de su cuerpo. Como es lógico, en cuanto desapareció de la sala dejando una estela trajeada empezamos a calcular los meses de convalecencia si, casualmente, sufría un accidente. Por desgracia no pudimos concretar ningún plan; en plena tormenta de ideas, todos nosotros recibimos un email suyo con la demanda por agresión en grado de tentativa.

 

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