Imagen de perfilAs de corazones

Carlos Alberto López Martínez 

Recordaba el tiempo de nuestra juventud: él, atleta victorioso, conquistador insaciable de medallas y corazones; yo, un guiñapo de rostro picado tras una infructuosa convalecencia de la viruela, cuya única virtud estética fue nacer con el verbo fácil, y ser lo suficientemente humilde como para no repudiar los consejos de mis profesores de que me centrara en los estudios y dejara los triunfos deportivos a los mejor dotados para ellos. No obstante, de tan opuestos, eramos inseparables: él me defendía de los abusones y siempre me elegía en su equipo para las pachangas, y yo usaba mi labia para contestar cada vez que un profesor le recriminaba su escasa motivación por los cuadernos, como un abogado de pupitre. Nada dura por siempre y fuera de las aulas, nos perdimos la pista. Hoy, lo veo jugar por televisión y, cuando coincide que estoy en compañía, siempre presumo: «¡Mira, un cliente mío!»

 

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