Imagen de perfilUn negocio corriente.

Jordi Rodríguez 

El cliente siempre tiene la razón. Seguro. El mío, se retrasaba considerablemente. La sala de espera de la notaría empequeñecía a medida que el tiempo pasaba. El oficial me miraba de vez en cuando, mientras torturaba el teclado, como si aquélla hubiera de ser la última escritura de su vida. No se trata de una compraventa; no existe contraprestación. Así lo sentenció mi cliente, siempre en escuetos correos. Ninguna opción de debatir otras posibilidades. No debí aceptar el caso, no me gusta trabajar así. Yo soy el profesional, sin duda, pero los emolumentos arreglarían mi cuenta anual, muy necesitada. Entró el donatario y, por primera vez, dudé. Se le veía tranquilo, no mostraba el mínimo síntoma de angustia o preocupación. Y eso, justamente, me inundó de remordimientos. Pero, inmediatamente, mi profesionalidad se impuso y me dije que, al fin y al cabo, la donación del alma es un negocio corriente.

 

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