Imagen de perfilTaquígrafo de tribunal

David Villar Cembellín 

Ocurre que los taquígrafos somos los grandes olvidados del mundillo judicial: los jueces se llevan la gloria, los fiscales los cargos políticos, los abogados las series de televisión, ¿pero quién se acuerda de nosotros? ¿Quién repara en ese pequeño ser retrepado sobre una silla de skay sin parar de golpear su teclado? ¿Alguien le da valor a ese incesante clic clic clic recogiendo declaraciones, conclusiones, veredictos? Somos insignificantes, nuestra estenotipia apenas música de fondo. Los grandes focos apuntan a otro lado, nuestra presencia es baladí. La vida prosigue con su cadencia semanal, mensual, anual, y nosotros ahí, dándole a la tecla. Criaturas invisibles. Síntomas desapercibidos. Una gran nada, sombras chinescas a la hora de aportar, condenar o debatir. Escribanos. Multicopistas. Cuán penoso…
—Oiga, ¿ha apuntado usted lo de la última donación? —interrumpe el juez mis pensamientos.
—Sí, claro —replico.
Pero yo, sobre el papel, continúo divagando sobre mi triste vida.

 

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