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Maria Navedo Saurina 

Con las vacaciones anuales llegaban mis primeros síntomas de aburrimiento. Yo no era un niño activo; así que mientras él se encerraba a preparar sus pleitos, encontré en la lectura de sus viejos libros una vía de escape hacia otros mundos. De forma inconsciente fui forjando mi vocación y en cuanto dispuse de un teclado empecé a escribir mis propias historias. Nunca entendió que no siguiera sus pasos de ilustre abogado por cuyo despacho pasaron muchos rostros conocidos. Yo quería triunfar de otra manera y que nadie nos comparase.
Ahora que ya no está, mi madre ha dispuesto la donación de todos sus libros. Entre sus códigos y recopilaciones legales encontramos alguno de mis ejemplares más vendidos. Nunca me dijo que los hubiera leído. Ojalá hubiera podido debatir con él sobre alguno de sus casos: siempre me inspiraba en ellos para mis novelas de ficción.

 

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