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Ana Isabel Rodríguez Vázquez 

Mi cliente estaba detenido por exhibicionismo y conducta obscena.
Le encontré envuelto en una manta, con evidentes síntomas de desnutrición y una extraña sonrisa en la cara.
-» ¿No me reconoce, letrado? «, masculló. Suelo tocar el teclado en la alameda y le veo paseando por allí. También pido limosna frente al juzgado, aunque la gente no suele reparar en mi presencia».
Yo, que me jacto de mi generosa donación anual a una reconocida ONG, sentí cierto remordimiento al escuchar a aquel hombre.
-» No se preocupe», continuó. No vamos a debatir ahora sí soy un marginado social. Aunque cuando pedí trabajo y una vivienda digna nadie me escuchó. Pero hoy estoy contento, todo el mundo está pendiente de mí. Incluso me han asignado un buen abogado.
Y solo he tenido que bañarme desnudo en el estanque del parque».

 

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