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Nuria Rozas 

Representar legalmente a todo ser vivo metido en líos formaba parte del derecho consuetudinario de aquel lugar, sin importar la gravedad del delito ni lo desfavorecido que fuera el acusado. Así que, dada la similitud del caso, a ella se le asignó el abogado que en su día consiguió la absolución del ilustre cocodrilo.
El letrado demostró que el malogrado capitán debía haber ido con más cuidado cuando echó mano al calcetín que se le había perdido entre los cactus, donde discretamente agonizaba su cliente, la última “Dionaea muscipula”, que no pudo evitar darle un pequeño bocado llevándose el meñique, cegada por el hambre. No tuvo culpa de que, en aquel lugar de ensueño, hubiesen borrado todo rastro de las moscas que afeaban el cuento en el que, aquel capitán, no volvería a bajar de su barco nunca jamás.

 

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