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Nicolás Montiel Puerta 

La flor de cactus entró en mi despacho y se quedó de pie.
— Mejor no le doy la mano — me dijo.
— Sí, claro… ¿En qué le puedo ayudar?
— Quiero demandar a todas las flores del mundo.
Me quedé perplejo y lo manifesté alzando las cejas.
— ¿Acaso me he equivocado de abogado?— insistió.
— No, por supuesto que no.
— Lo celebro, me ha sido recomendado por el calcetín desparejado al que usted consiguió una pensión compensatoria después de quedar desfavorecido en el reparto de cajones.
— ¿Y por qué quiere demandar a las demás flores?
— Porque el tallo de ninguna de ellas pincha tanto como el mío… ¿Me va a representar?
— Por descontado, su pretensión es perfectamente legítima.
Esa misma tarde profundicé en el proceloso mar del derecho consuetudinario y logré armar una contundente demanda por ejercicio desleal del derecho a la belleza.

 

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