Imagen de perfilEL LADRÓN INVISIBLE

Manuela Fernández Manzano 

A mi padre se lo llevó un cólico miserere. Yo tenía cuatro años y el ceño fruncido como muchos niños de la posguerra. En vez de ir al colegio, aliviaba mis torturas infantiles con las frutas milagrosas y el agua fresca que robaba en un edén prohibido. El guarda que las custodiaba debía de conocer el hambre porque hacía la vista gorda.

Cincuenta años después, me encontré llorando como un niño en el lavabo de mi bufete. Un hombre desesperado había irrumpido en mi despacho dispuesto a vender su casa para contratar mis servicios. Su hijo estaba en prisión por un engaño miserable. Reconocí aquella mirada; la había visto antes bajo un sombrero de ala ancha.

Tras declarar los testigos, mi defendido recuperó su libertad. Cuando su padre insistió en abonar mis honorarios le dije que ya lo había hecho; que su ladrón invisible de ciruelas y manzanas era yo.

 

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