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Marta Trutxuelo García 

Visto para sentencia: silencio en mi mirada, lágrimas en la suya. Caminé hacia el bufete arrastrando mi maletín, cargado de culpabilidad. «¡Es una injusticia!», había protestado él al contarle que había perdido el caso, que la hermana de su compañero de clase sería repatriada, al ser mayor de edad y no conseguir un contrato de trabajo. «¿Qué podemos hacer?», imploraba. Al llegar al bufete abrí el maletín y encontré un papel: «No han llegado en patera pero son nuestros vecinos, merecen un rescate…», seguí leyendo las llamativas letras escritas por mi hijo. Levanté la vista y volví a decretar el lema que presidía el cartel de mi despacho: «Cada uno debe librar las batallas a su alcance». Mientras encendía las velas en la cena comenté con mi familia la propuesta de nuestro hijo: «Necesitamos contratar a alguien para ayudarnos en las tareas de casa… ¿Se te ocurre alguien, hijo?»

 

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