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Juan Manuel Chica Cruz 

Al verlo me vino a la cabeza la historia del chico de los recados que acabó siendo dueño del emporio. Era un eficiente robot limpiando suelos, pero luego alguien le acoplaría un chip para encomendarle nuevas tareas: bases de datos, registro, control de horarios. Indicaría la mejor ruta para los juzgados según el tráfico. Asignaría los casos que entrasen al Despacho según nuestro perfil. Acabaríamos consultando con él, convertido en oráculo de silicio y voz metálica, la estrategia procesal y finalmente le obedeceríamos ciegamente. Una transformación a golpe de inteligencia artificial que dejaba en el aire un desafío existencial y profesional. Algo que jamás imaginé durante mis noches de estudio sacando la carrera de Derecho para ejercer la profesión más bonita del mundo. Lo llevé al ático y lo puse sobre la baranda llena de polvo y esquinas difíciles. De momento, solo he recibido el guiño cómplice de la limpiadora.

 

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