19 febrero 2019

Sin Derecho, solo hay caos, oscuridad e ignominia

Esta semana se celebra en Madrid el World Law Congress 2019, con motivo del XXVI Congreso Bienal de World Jurist Association (WJA). El encuentro, además de reconocer a SM el Rey Felipe VI por su compromiso con el Estado de Derecho y la defensa de la Democracia y la Libertad, permite integrar la visión de juristas, empresas e instituciones internacionales y nacionales que respaldan el progreso de la humanidad, la convivencia en democracia y la libertad. He tenido el inmenso honor de intervenir en su inauguración en nombre de Consejo General de la Abogacía Española, con estas palabras que me gustaría compartir.

Casi 60 años después de que echara a andar la World Jurist Association (WJA), el mundo ha cambiado, pero en el fondo quizá no tanto. Los problemas son distintos a aquel lejano 1963, aunque igual no diferentes del todo y en todo. El “hoy” que vivía el planeta por aquél entonces no parece que tenga mucho que ver ya con nuestro actual presente, pero es posible que sí siga habiendo algunas similitudes. 

Es difícil no olvidar lo que nos traía aquel 1963, el año, en los albores de la Guerra Fría, del famoso “teléfono rojo”, que por cierto ni era teléfono ni era rojo, pero sí un símbolo de que una conversación, una última charla, puede salvar al mundo de un conflicto irreversible. Fue el año del Pacem in terris, la última encíclica de Juan XXIII en la que convocaba a la humanidad entera a “la paz entre todos los pueblos desde la verdad, la justicia, el amor y la libertad”. Hermosas palabras. El año -cómo no recordarlo también- en el que el que el “I have a dream” dejó de ser un sueño para convertirse en un himno universal que nos enseña, cada día, a no dejar de imaginar un mundo más justo e igualitario.

 Hoy, seis décadas después, las tecnologías parece que nos han trasportado a otro planeta. La globalización ha unido culturas, sociedades y sentimientos, pero también miedos, amenazas e incertidumbres. Miramos a los sitios de siempre y seguimos viendo lo de siempre y por lo de siempre: desigualdades y fracturas por culpa del egoísmo, de la iniquidad, del abuso o, simplemente, de la indiferencia, porque el desinterés por el dolor y el sufrimiento ajeno es también una forma de injusticia, probablemente la más incomprensible de todas.

 Y en esos paisajes a veces difíciles, a veces hermosos y a veces turbulentos y alejados de la razón, siempre aparece el Derecho como instrumento de esperanza, de sensatez, de concordia y, como bien decía Kelsen, de un medio para la paz. Yo diría que el medio más potente, más seguro y más convincente para la paz. Porque si algo se ha encargado la Historia de demostrarnos hasta la saciedad es que allí donde no hay Derecho, donde no hay Ley o no se cumple, donde se violentan las libertades o donde se sepulta la democracia, solo hay caos, miseria, oscuridad e ignominia.

Por eso es tan importante este Congreso. Importante y oportuno. Importante porque el Estado de Derecho no puede bajar nunca la guardia; está obligado a un ejercicio permanente de reafirmación de sus valores, también de autocrítica, pero sobre todo constructivo y ofreciendo respuestas sensatas y humanas a un mundo que las necesita. Y es oportuno, además, porque el mal nunca descansa, porque el delito no duerme, porque las democracias viven en una constante tensión bajo la amenaza de quienes quieren debilitarlas y anularlas, ya sea desde el radicalismo, la intolerancia o el fanatismo; pónganse el apellido ideológico que se quiera, son todos iguales de peligrosos y dañinos.

 Ante una convocatoria así en defensa de las libertades, como hace este Congreso, la Abogacía Española no podía faltar. No podíamos faltar porque nunca hemos faltado cuando se trata de defender y de comprometerse con el Estado de Derecho y todo lo que simboliza. No podíamos faltar porque la mirada de la Abogacía es, no ya indispensable, sino insustituible para que esos símbolos de justicia, seguridad y libertad que acompañan al imperio de la ley, irradien la fuerza suficiente para hacer mejor a este mundo. 

 Y desde luego no podíamos faltar porque, además, se hace un expreso reconocimiento a la extraordinaria contribución de la Constitución Española al período más fértil, solidario y de convivencia que España ha conocido nunca. Ese es su enorme valor y la Abogacía Española se siente profundamente orgullosa de él y de lo que representa, entre otras cosas porque fue un éxito de la sociedad española. Primero con una Transición que se ha convertido -como bien vaticinó el presidente Suárez- en “un ejemplo para el mundo”. Y luego con una Constitución que nos situó en el mapa de las democracias, en un ejercicio colectivo de responsabilidad y consenso que nos permitió decidir lo que queríamos ser como país y en qué queríamos convertirnos. Lo hicimos juntos, también la Abogacía, la única profesión a la que, por cierto, se hace mención expresa en nuestra Carta Magna.

 “Extirpar los tumores de la injusticia es una operación delicada”, le dice Omar Sharif a Alec Guinness en esa joya del cine que es “Doctor Zhivago”. Se trata, en efecto, de una labor concienzuda, responsable y comprometida. Por eso y para eso, este Congreso. Y por eso y para eso la Abogacía está aquí, para defender los bienes más preciados que tenemos: la libertad, la ley y los derechos que nos amparan. Es una defensa de la democracia. Es la esperanza de que podemos construir un mundo mejor. Es la convicción, la profunda convicción, de que solo el Estado de Derecho lo hará posible. 

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