17 julio 2018

Cómo hacer un informe oral perfecto en tres minutos

 Rafael Guerra Por Rafael Guerra

El título de esta entrada es el de una charla que di en el Colegio de Abogados de Valladolid hace algún tiempo. En aquella ocasión lo auténtico habría sido hablar durante tres minutos, por eso de predicar con el ejemplo. Pero, si pasados tres minutillos, pronuncio el clásico “he dicho”, los asistentes me habrían abroncado, y con razón, por supuesto.

Las circunstancias de entonces exigían una intervención más larga, y cumplí. Durante un poco más de media hora, ofrecí al auditorio algunas reflexiones, que me parecieron entretenidas, sobre cómo construir un informe oral. Lo de ahora, es otra cosa. Así que transcribiré la charla de tres minutos que debió ser y no fue.

Cómo hacer –en mi opinión, claro está– un informe oral perfecto de tres minutos. Bueno, seamos honrados. Rebajemos el nivel de la promesa. Lo de “perfecto” es una licencia retórica, una hipérbole, un truco publicitario para vender el producto. Lo suyo sería “cómo hacer un informe oral aceptable en tres minutos”.

Empezaré por la duración. Supongamos que el juez o las circunstancias nos imponen un límite de tres minutos para nuestro informe. ¿Cómo lo hago? Muy sencillo: no hablando más de tres minutos. ¡Vaya perogrullada! Pues sí, lo es. Pero no hay otra forma. No pueden exponerse informes de tres minutos en cinco, ni siquiera en diez, como pretenden muchos. “En tres minutos hablaré sobre…”, anuncia convencido el abogado defensor y, como le dejen, se está hablando un cuarto de hora, por lo menos.

Si, por el motivo que sea, existe un límite de tres minutos, el decoro –virtud retórica de la que trataré en otra ocasión− admitirá menos, pero nunca más.

Ya. ¿Pero cómo hago yo para hablar durante sólo tres minutos si tengo materia para tres horas? La única técnica que conozco con la que conseguir la brevedad del discurso –algo burda, lo sé– es el hacha. Cortar y cortar y, cuando parezca que el informe ya está suficientemente podado, seguir cortando, hasta adecuar su extensión al límite temporal previamente establecido. ¿Tres minutos? Pues hasta que dure tres minutos; ni uno más.

¡Qué brutalidad! ¿O sea, que debo prescindir de esta idea, y de la otra, y la otra, y la otra, con lo estupendas que son? No hay más remedio. Para consuelo de afligidos, propongo interiorizar esta máxima de cosecha más o menos propia: nadie echa en falta las ideas que no se dicen, si las expresadas son suficientemente atractivas. Así que, resuelto el asunto de la duración.

Y ahora, lo de “aceptable”. ¿Cómo construyo un informe aceptable de tres minutos? Lo será, incluso llegará a perfecto, si lo son las dos, tres ideas que pueden razonablemente caber en un discurso de esa duración. Recuérdese la famosa arenga que, según cuenta Suetonio en Vida de los doce césares –epígrafe XXXII del capítulo dedicado a Julio César–, éste dirigió a sus tropas antes de cruzar el río Rubicón: “Marchemos a donde nos llaman los signos de los dioses y la iniquidad de los enemigos. La suerte está echada”. Cuidado que es breve la prédica  -especialmente la última frase, que suele ser la única recordada como “alea iacta est”–, y lo mucho y bien que dice.

Se trata, pues, de encontrar las dos, tres ideas más brillantes, más atractivas, más convincentes de que el orador disponga, y exponerlas también brillantemente o, al menos, correctamente en los tres minutitos programados. Si con ellas no se alcanza el objetivo fijado, es altamente improbable que se consiga con más.

A modo de epílogo.

Nivel de dificultad de la receta: moderada.

Ingredientes: confianza y firmeza.

Elaboración: acumular buenas ideas para poder escoger las mejores, manejar la tijera con soltura y ensayar lo necesario ante un auditorio bien preparado y sincero –vale unipersonal –, que opine. (De dónde sacar las buenas ideas, para ocasión más dilatada.)

Control de calidad del resultado: investigar la opinión del destinatario del informe. (El cómo, también para más despacio.)

Motivación: ¡Perseverancia! Practicando lo prescrito, se termina aprendiendo a hablar  –vale también escribir– lo justo. Garantizado.

Rafael Guerra
retorabogado@gmail.com

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