28 agosto 2017

Superhéroes, Derecho y Justicia: una relación problemática

Por: Sandra Gómez-Carreño Galán

Aunque a simple vista es fácil relacionar a los superhéroes de los cómics y películas con la Justicia, ya que por regla general su principal dedicación es la de preservar la paz y defender a los habitantes de sus respectivas ciudades o planetas de amenazas externas provenientes de villanos de toda condición, un análisis algo más exhaustivo deja muchas dudas acerca de si su idea de Justicia está sujeta a la legalidad.

¿Respeta Batman la presunción de inocencia cuando sale por las noches a acabar con los mafiosos de Gotham, a los que todo el mundo sabe culpables, pero contra los que no ha habido juicio? ¿Qué ocurre cuando para salvar una ciudad los superhéroes destruyen edificios o producen víctimas colaterales? ¿Es lícito que personajes ocultos bajo una identidad distinta a la suya se adelanten a los mecanismos judiciales y policiales para preservar la paz y la armonía, o para prevenir un mal mayor? Lejos de ser un mero entretenimiento, las historias de superhéroes plantean debates y dilemas legales e incluso filosóficos que intentaremos desgranar en este reportaje, aun siendo conscientes de que es imposible abarcar todo este universo, especialmente ahora que el cómic, de forma masiva, ha dado el gran salto al cine, llegando de esta manera a mucho más público. Por eso, nos centraremos tan solo en algunos de los ejemplos más conocidos.

¿Qué es un superhéroe? El ideal de Justicia y la elección del “bien”

Para comenzar a entender de qué estamos hablando, es necesario acotar qué es un superhéroe. Técnicamente, se trataría de individuos que están dotados con un superpoder, sea este de nacimiento (normalmente presente en casos de personajes venidos de otros planetas, como Superman, o Thor y Wonder Woman, ambos seres “mitológicos”, dios nórdico uno y princesa de las amazonas la segunda), por accidente o de manera inducida (Spiderman, Hulk, Capitán América, Jessica Jones, Daredevil…) o gracias a elementos externos que les ayudan a potenciar ciertas capacidades, o simplemente habilidades aprendidas y perfeccionadas con la práctica (Batman, Iron Man, Doctor Extraño, Viuda Negra…). Esta última categoría no sería estrictamente de superhéroes, sino héroes a secas, ya que carecen de superpoderes por ellos mismos, pero para simplificar las cosas los mantendremos con la misma definición. En todo caso, lo que todos tienen en común son capacidades excepcionales y que, superadas diferentes luchas internas, deciden luchar por la Justicia y decantarse por defender “el bien”. Como contrapunto se encuentran los que definiríamos como “villanos”, de los cuales cada superhéroe tiene una némesis –o varias-, y que suelen ser individuos que, a pesar de tener también poderes especiales –aunque no siempre- propios o externos, diversas circunstancias –a veces también tras un dramático debate interno- les hacen enfrentarse a “los buenos” y pretender sembrar el caos, la venganza y la injusticia.

Lo que está claro es que los superhéroes encarnan en el imaginario colectivo el ideal de Justicia, de un mundo ideal donde estos personajes, por si solos, pueden acabar con los problemas de la sociedad, defenderla de las amenazas presentes e incluso futuras y no encontrar obstáculos en este camino más allá de los producidos por el enfrentamiento con el villano de turno. Pero este ideal, en la mayoría de los casos, se da de bruces con la legalidad, ya que normalmente los superhéroes no son precisamente escrupulosos con las normas establecidas, por mucho que sus acciones vayan siempre encaminadas –y normalmente lo logren- a que triunfe “el bien”.

¿El fin justifica los medios? Justicia, moral y Derecho

¿Es moralmente aceptable que para conseguir un bien mayor se salten algunas normas? En caso afirmativo, ¿existirían límites? El debate no es menor porque trasciende el universo de los superhéroes para convertirse en un tema de calado universal. Pero, ciñéndonos al tema, no se puede dejar de mencionar la archiconocida frase que Ben, el tío de Peter Parker (Spiderman),  le dice a éste: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Y lo cierto es que los superhéroes cuentan con un amplio grado de tolerancia en sus acciones por parte de la sociedad y las autoridades, no solo porque éstas suelen ser beneficiosas en su balance final, sino porque además se les debe una cierta “gratitud” por haber decidido dedicar sus habilidades a hacer el bien, en lugar de utilizarlas para su propio beneficio. De hecho, hay ejemplos –como les ocurre a SpidermanSuperman o Batman– en los que, cansados de los problemas que les causan sus superpoderes y sus actividades, deciden dejarlos a un lado para vivir como ciudadanos normales. Pero esta decisión causa grandes perjuicios al resto de la humanidad, y finalmente –a veces reclamados por gente que anteriormente les había reprochado sus acciones- deben volver a salvar el mundo y renunciar a los placeres de la vida anónima. ¿Es este sacrificio vital suficiente para otorgarles cierta manga ancha en su proceder? La respuesta, normalmente, suele ser positiva.

Lo cierto es que, normalmente, los superhéroes suelen colaborar con la policía y con las autoridades, pero sus métodos no son del todo ortodoxos. De hecho, es habitual que detengan sin orden judicial, allanen moradas, utilicen la intimidación e incluso la agresión física, persigan sin detenerse ante nada… pero estas “faltas” de procedimiento suelen ser vistas, no ya solo por las autoridades competentes en sus respectivos mundo, sino incluso por los espectadores y/o lectores de cómics, como un mal menor, a pesar de que en el mundo real, el de los ciudadanos sin poderes especiales, la obtención de pruebas o testimonios con éstas prácticas no sería aceptada ante un tribunal, e incluso puede que les acarreara una denuncia por abuso de autoridad o vulneración de derechos fundamentales. Pero no estamos hablando de personas normales en situaciones normales. ¿O sí?

La dicotomía ciudadano/superhéroe. ¿Valen las mismas normas?

En el caso de los superhéroes nacidos en la Tierra, detrás de esa identidad existe un ciudadano que, con más o menos éxito, vive en una doble vida. Y es aquí, en su vertiente más humana, donde las reglas que no se le aplican como superhéroe si le afectan –hay varios ejemplos donde, al descubrirse la identidad de dicho superhéroe, sufre todo el rigor de la ley, como es el caso de Peter Parker/Spiderman o Bruce Wayne/Batman. Por ejemplo, éste último, uno de los héroes más atormentados, en la película Batman Begins de Christopher Nolan, tiene toda la intención de matar al asesino de sus padres cuando éste queda libre años después del crimen a cambio de declarar contra el jefe de la mafia, y se presenta en el juzgado con una pistola y nada que perder, pero la mafia se le adelanta. El remordimiento que esto le causa, unido a los reproches del amor de su infancia, Rachel, por haber intentado obstaculizar a la Justicia, le lleva a un viaje en la búsqueda de sí mismo que desembocará, tras un largo periplo, en la creación de su alter ego del hombre murciélago, a buscar la Justicia y “limpiar” su ciudad, Gotham City.

En la mayoría de los casos se comportan como ciudadanos ejemplares y tienen serios cargos de conciencia si no actúan según marcan las normas. Sin embargo, en cuanto se enfundan su máscara o su traje, esto desaparece y el único límite lo marca la moralidad, no las normas jurídicas, y si hay que saltárselas para conseguir dar un escarmiento a quien lo merece, no tienen el mayor problema. Es decir, se comportan como justicieros que, si necesitan obviar las leyes para conseguir lo que ellos consideran justo, las obvian. En ocasiones, incluso, las normas legales suponen un “obstáculo” para la consecución de sus fines y el triunfo del bien sobre el mal.

Uno de los casos más paradigmáticos es el de Matt Murdock, el nombre detrás de Daredevil, abogado de día y justiciero de noche. Las trabas que encuentra en los juzgados durante su actividad profesional las “arregla” por la noche enfundado en el traje del “diablo sin miedo”.

El límite de los superpoderes: el ejemplo de Civil War, Watchmen y X-Men

¿Deberían, por tanto, existir unos límites a la acción de los superhéroes, aunque se asuma que éstos puedan tener unas normas algo más laxas que los ciudadanos de a pie debido a su labor? A esta pregunta han contestado multitud de historias, ya no sólo por intentar doblegar bajo las mismas normas a individuos con poderes especiales y personas normales –algo que se ha demostrado harto difícil-, sino porque en ocasiones las acciones de los superhéroes no se limitan a los criminales y villanos, sino que causan tanto daño y temor a la población civil que las autoridades se ven obligadas a tomar cartas en el asunto y obligar a los superhéroes a someterse a la ley o a convertirse en unos parias perseguidos por la misma.

El ejemplo más claro es el del grupo Los Vengadores. Aunque se trata de una extensa colección de cómics con tramas mucho más complicadas, nos centraremos, por la sencillez con la que plantea este asunto, en Civil War, la tercera película de la saga del Capitán América, y también continuación de la segunda entrega de Los Vengadores. En ella, debido a los daños colaterales de la actividad de este grupo en anteriores misiones, las autoridades instauran los “Acuerdos de Sokovia”, que establecen que los superhéroes necesitan ser supervisados y controlados, por lo que se exige a los miembros del grupo que respondan ante las Naciones Unidas, además de crear un consejo de administración que determinará cuándo van a necesitarse sus servicios. Las posiciones en torno a esta nueva ley generan un conflicto interno que divide al grupo en dos bandos: por un lado, el liderado por Steve Rogers, el Capitán América, que propugna la libertad de acción de los superhéroes, y por otro Tony Stark, Iron Man, que apoya la decisión de la clase dirigente arrepentido por acciones pasadas, lo que desata un gran enfrentamiento entre ambas facciones.

En esta misma línea, la novela gráfica de culto Watchmen, creada por Alan Moore, se desarrolla en una realidad donde los superhéroes se vuelven impopulares entre la policía y el público, ya que sus acciones han cambiado el curso de grandes hitos históricos, lo que lleva a la promulgación de una serie de leyes en 1977 que los prohíben, salvo que operen como agentes aprobados por el Gobierno. El asesinato de uno de ellos desata una serie de acontecimientos que se desarrollan en este ambiente tan hostil para los individuos con poderes.

Finalmente, también merecen ser mencionados en este apartado los X-Men, que si bien no son superhéroes al uso, sino “mutantes” –personas normales que han nacido con dones o poderes extraordinarios-, sí que eligen actuar para hacer el bien –los seguidores de  Charles Xavier, el profesor con poderes psíquicos que los recluta para educarlos y enseñarles a controlar sus poderes- o para enfrentarse al resto de la humanidad y proteger a los mutantes –liderados por Erik Lehnsherr, Magneto, mutante con poderes electromagnéticos. Lo que tienen en común es la hostilidad general de los humanos “normales”, que les obliga incluso a ocultarse. En cierta ocasión, las autoridades promulgan leyes en su contra, e incluso les ofrecen una “cura” para eliminar sus peculiaridades, estigmatizándolos aún más socialmente como si su mutación fuera algo negativo, lo que une a los dos bandos de forma temporal.

Tras este breve análisis, cabe preguntarse ¿querríamos que en nuestra sociedad actual existieran de verdad los superhéroes o por el contrario preferimos quedarnos con nuestros héroes del día a día, que defienden la sociedad dentro de la legalidad y con las herramientas a su alcance? Una posible respuesta puede estar en este magnífico relato, escrito para la ocasión, que reproducimos a continuación…

Artículo publicado en la revista del Consejo General de la Abogacía Española nº 104

Imágenes: Marvel y DC Cómics


Ningún superhéroe con capa puede contra la toga de un abogado…

Manel Loureiro. Abogado y escritor. Autor de la saga “Apocalipsis Z”, y de las novelas “El último pasajero” y “Fulgor”, traducidas a varios idiomas y éxito de ventas en todo el mundo.

El despacho del abogado era cálido, confortable y lleno de luz. Sentado en la silla de visitas, el Joker dejó resbalar su mirada sobre la litografía que colgaba detrás de la mesa y los volúmenes de jurisprudencia Aranzadi que se ordenaban como soldados dormidos en una pared. El Joker miró su reloj, impaciente, mientras la pintura de su rostro se humedecía con el sudor. No estaba acostumbrado a que le hiciesen esperar, pero le habían recomendado a aquel abogado con tanta insistencia, que se dijo que merecía la pena. Además, no tenía muchas más alternativas. Estaba en una situación desesperada.

De repente se abrió la puerta y entró el letrado, un tipo de apariencia discreta y vestido con sobriedad pero con un brillo inteligente en la mirada. Se sentó tras la mesa y le escrutó durante unos interminables segundos antes de abrir la boca.

-Bien, señor Joker, he estado estudiando su caso y creo que lo tenemos muy bien- dijo con media sonrisa mientras revolvía unos papeles sobre su mesa- Pero que muy bien. No me gusta pecar de optimista, pero esto está ganado.

-¿Qué dice?- bramó el Joker, entre incrédulo e irritado- Esa pandilla de superhéroes me pilló in fraganti, en pleno atraco al banco ¡Con suerte, me pasaré los próximos veinte años encerrado en el sanatorio mental o en una cárcel!

Los ojos del abogado chispearon, divertidos. Una media sonrisa se le dibujó en la boca, en un remedo del tajo sangriento de su cliente.

-Ahí es donde se equivoca, querido amigo- dijo con voz suave- De hecho, posiblemente hasta puede que gane una pequeña fortuna en indemnizaciones. Y por supuesto, quedará libre de todo cargo.

-¿Pero qué…?- el Joker parecía confundido- ¿Cómo…?

-Para empezar, y hasta donde yo sé, esos “superhéroes” que le detuvieron no son miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Eso implica que su declaración no tiene ningún tipo de presunción de veracidad, por no entrar en la cuestionable autoridad de la que dispondrían para proceder a su detención. Además, por lo que me ha contado, usted y ese tal… Batman tienen un largo historial de conflictos y enfrentamientos mutuos, por lo que cualquier tribunal podría deducir que existe una clara animadversión de ese “caballero oscuro” hacia su parte. Un testigo hostil y que tiene un claro interés de parte.

-Ya veo- el Joker se pasó los dedos de forma pensativa por la boca.

-Además, no hay testigos de ningún tipo. Todos los presentes en el atraco murieron, si no me equivoco.

El Joker se encogió de hombros, con una expresión entre inocente y apenada a la vez. Cosas que pasan, parecía decir.

-Y las cámaras de seguridad fueron destruidas, junto con las grabaciones, cuando el señor Batman entró destrozando la fachada del banco con un artefacto denominado “Batmóvil” ¿Me equivoco? Además, lo poco que quedó en pie fue destruido por el señor Superman, cuando usó su visión de rayos X para fundir una de las paredes de acero de la cámara acorazada en la que casualmente se había refugiado usted, junto con cientos de miles de euros incinerados de paso.

El Joker sonrió. Cada vez le gustaba más aquel abogado.

-Le diré lo que va a pasar- musitó el abogado- No hay caso contra usted, simplemente porque no hay pruebas de ningún tipo, más allá de la declaración de unos testigos manifiestamente hostiles que además le retuvieron de forma ilegal, vulnerando sus derechos fundamentales. Estoy pensando seriamente en que debería  denunciarlos por secuestro y retención ilegal.

-¡Si señor! ¡Me secuestraron! ¡Eso es!

-Además, el despacho está preparando una batería de demandas civiles contra el señor Batman por vandalismo y daños en propiedad privada. Su acción “heroica” dejó un reguero de edificios y vehículos destruidos a lo largo de toda la ciudad. Estamos preparando las demandas colectivas al respecto. Eso por no hablar de que hemos pedido a la Dirección General de Tráfico que emita un informe sobre ese Batmóvil, del que consideramos que circula sin la homologación pertinente del Ministerio de Industria y sin ningún tipo de seguro, viñeta municipal o ITV. Por otro lado, y esto es lo más importante, instaremos a la Fiscalía a que instruya causa contra el señor Batman por pertenencia a banda armada, esa tal “Liga de la Justicia”. Por último, presentaremos mañana mismo una serie de querellas por daños morales e intromisión al honor contra su persona, por no hablar de las indemnizaciones correspondientes, derivadas del increíble sufrimiento psicológico y las secuelas que le han quedado. Está usted hecho un asco, señor Joker, si me lo permite.

El Joker trató de interrumpirle, pero el abogado ya estaba lanzado.

-Por  otra parte, y respecto al señor Superman, hasta donde sabemos, se trata de un inmigrante ilegal que no solo reside y trabaja en nuestro país sin papeles ni permisos de ningún tipo, sino que además al parecer lo hace bajo una identidad falsa, haciéndose pasar por periodista. Iniciaremos los trámites pertinentes para que, bajo la Ley de Extranjería, se inicie el procedimiento administrativo de expulsión correspondiente, sin perjuicio de las responsabilidades penales en las que pueda haber incurrido por falsedad documental. Y ya veremos que dice el Colegio de periodistas, por otra parte. Y esto es solo para empezar- el abogado se inclinó hacia él, enseñando una dentadura de tiburón coronada por una expresión fría y descarnada- ¿Qué le parece, señor Joker?

Y por primera vez en todo aquel día, el Joker sonrió, al darse cuenta de que cada euro pagado a aquel abogado merecía la pena. Y que frente a las mallas y capas de los superhéroes, la toga de un letrado era un desafío formidable, mejor que cualquier supervillano. Qué cosas.

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