Imagen de perfilLa dama de los ojos vendados

María Sergia Martín González- towanda 

Regresé al bufete abatido. No quedaba nadie. Encendí un pitillo repasando mentalmente lo acontecido junto a mi estatua de Themis. Como tantas veces… Aquel viejo consideraba imprescindible enfrentarse al hombre al que atribuía la desaparición de su nieta. El tipejo aún mantenía el vendaje colocado en urgencias cuando mi cliente le golpeó en un intento vano por esclarecer la verdad. Lamentablemente, el careo no aportó nada significativo para la investigación y, sin pruebas en contra, se ordenó su puesta en libertad. A humaradas, reverbera en mi cabeza el llanto del abuelo acatando la decisión del juez, arrepentido por la agresión, obstinado en reparar los daños causados. Todavía me punzan los ojos de sanguijuela del individuo exhibiendo una guía clínica de sus lesiones y escapando rápido de la Sala. Creo que no todo está dicho al respecto porque mi dama de ojos vendados ha comenzado a mecer con insistencia su balanza.

 

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